Te regalé una bonita sonrisa de Joker, que quedó en patética mueca al desaparecer el último vagón bajo la niebla. De nada sirvió ceder a tus oscuros deseos y ofrecerte traicioneros besos furtivos; te ibas de viaje con ella. El tren atravesaba montañas siguiendo el cauce de un río nervioso y nos distanciaba inexorablemente.

En pleno trance hipnótico, la luz de vuestras miradas en la oscuridad del coqueto compartimento me resultaba insoportable. Me extasié con el llanto de mi hermana; los alfileres brillaban entre mis dedos temblorosos, mientras tú te retorcías de dolor en la litera.

Queridos, el vudú existe.

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