Sintiendo el viento y la brisa del mar sin poder resistir, fenecimos a la sensación de la arena, al golpe del sol brillante en el rostro y al ímpetu de las olas chocando contra las rocas. El viaje nunca planeado y siempre esperado se hizo a nosotros y en un segundo estábamos ahí, mecidos por la utopía, mecidos por el ensueño y el amor que caracteriza nuestros encuentros, en silencio y quietud.

Sabiendo por fin con total certeza que el viaje que aún no hacemos espera por siempre y yo con él.

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