Su barba y su melena expuestas al viento. Las sierras se extendían más allá de donde sus ojos podían ver. Su hogar, su tierra. El aire helado erizó el vello de sus brazos, pero él sabía que no era el real causante. Estaba asustado, aunque no se lo admitiera ni siquiera a él. En esto se lo jugaba todo; no solo su vida y su honor, sino el destino de su pueblo. Eso era lo que realmente importaba. Robert de Bruce ajustó el tartan sobre sus hombros y respiró hondo el aire puro de las Highlands. Había llegado la hora.

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