Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, que mi idea había cuajado. Al volante, la soberbia y los pecados que se te ocurran. Acompañándolo, la estupidez hecha esposa y sus dos diabólicos caniches recién peinados. Y en verdad os digo. Cualquiera de esas cuatro pecadoras formas de vida dispuestas a hincar sus rodillas para suplicar perdones a Dios en la iglesia del pueblo, merecían dejar este mundo gracias a dos cables minuciosamente cortados y a ese magnífico muro de hormigón. Pero invitar a la muerte sin permiso ajeno, trajo consigo un castigo para mi ira: ocho airbags.

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