Lástima que no haya billetes para maniquíes, porque sin duda pagaría por liberarte de ese mundo donde naciste quieta, inmóvil, pero agraciada; o por lo menos, pagaría por ser el destinatario de esa mirada dulce que busca por allá en algún punto de la tienda sin encontrar nada. Por supuesto, si ese tipo de pago existiera y me comprara la magia de ser el único en deleitarse con algunas de las palabras que prometen salir de esa hermosa boca que parece siempre musitar algo, no lo pensaría, lo daría todo.

Si valdría la pena, aunque por ahora debo viajar solo.

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