Lástima que no haya billetes para maniquíes, de haberlo sabido no se habría largado con él.
Quería ser como las jóvenes que la contemplaban.
Después de estallar el escaparate, abrazó a su salvador.
-¡Llevame contigo ladrón de ropa!
Dormía en la estación y en un descuido le quitó la cartera y se fue a la taquilla.
-¡Un billete para el milagro!
Pero terminó sola en aquel barrio pestilente, donde todos querían tocar sus partes intimas de cartón.
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