-Lástima que no haya billetes para maniquíes-. La taquillera sonríe con la ocurrencia. Me quedo sin ideas para entretenerla. En la fila, tres puestos por detrás, el hombre, nervioso, mira la hora en su teléfono. No puedo permitir que tome ese tren. Le doy las gracias a la chica, recojo mi ticket, las vueltas y me giro. Plan b. Meto la mano en la mochila y empuño el cuchillo. Al grito de “Alá es grande”, todos huyen histéricos menos el hombre. Cuando oigo los disparos tengo dos certezas: he conseguido mi objetivo, pero este es mi último viaje.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS