Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro. -este Ford del 54 no resistirá el impacto-. Todo el mundo en el malecón giro la cabeza al oír el estruendo, salí del coche desconcertada, pero más desconcertados los hermanos Castro propietarios del auto, su rojo sangre pareciera ahora derramarse por el pavimento. De inmediato comenzaron a llorar, aquel reventón hizo explotar sus sueños de progreso, su casa a medio construir en las afueras de La Habana, todos sus deseos saltaron por los aires mientras yo recogía mi intacta maleta del asfalto y sin dudar paraba otro taxi contrariada y molesta.
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