Lástima que no haya billetes para maniquíes. El vagón del equipaje se me hace canijo y apiñado. Mis cuatro horas vagando han acabado haciéndose seis y esas seis han decidido extenderse hasta el confín más imposible. Los dedos con los que sujeto el portón de la locomotora se han congelado. Los noto inservibles. El sueño me inunda y cada cabezada es un paso más hacia el otro lado de la pared. Puedo oír claramente las carcajadas de la little people. No quiero desvanecerme, pero los brazos me fallan y la risa se acerca cada vez más.
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