Lastima que no haya billetes para maniquíes, gritó, mientras exhalaba una última bocanada de tabaco. Dio media vuelta y se subió al micro, jactándose de salir invicto en otra de nuestras discusiones. A Fermín le encantaba ser dramático y a mi, dejarlo ganar. Cuando veía que sus sentencias no me conmovían, me apodaba muñeca, maniquí, robot. Yo reía, como si me hubieran descubierto.

El tiempo de parada en la estación de servicio llegaba a su fin. Alguien me apuró. Devolví discretamente la manguera a su lugar y limpié los restos de nafta de mi boca. Ya podemos arrancar, chofer.

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