Lástima que no haya billetes para maniquíes. Él la hubiese llevado consigo. Se parecía tanto a ella que terminó por jugar con sus propios sentimientos. Su hermana tiró de su brazo, sabía que la locura le estaba estrangulando. Pero el regocijo que sentía al imaginar que al fin la había encontrado en este punto del viaje, hizo que se abalanzara sobre el maniquí aferrándose a la idea. Un ruido estruendoso retumbó en el Duty Free del aeropuerto. Aquella escena se parecía al día en que ella se marchó con un billete de ida. La vuelta estaba caducada porque nunca volvió.

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