Lástima que no haya billete para maniquíes es una frase que le oí decir a un niño en la cola del supermercado hace dos meses.

Yo quise saber a qué se refería, cómo continuaba, pero el chiquillo calló dejando así la frase y fue como si los puntos suspensivos se instalaran en mi cabeza. Pensé que al rato se pasaría, como cuando cantas una canción y no puedes dejar de hacerlo, pero no. Los puntos suspensivos han colonizado mi cerebro.

No como, no duermo, no descanso. Vivo en el misterio de una frase. Temo que muera sin resolverlo.

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