—Lástima que no haya billetes para maniquíes—, señaló desilusionado.

—¿Maniquíes? Te pedí entradas para ver los manatíes, viejo sordo.

—Este parque acuático no es lo que esperaba— protestó la anciana.

Don Manuel no le prestó mucha atención al regaño de su mujer. Su mirada seguía con disimulo el contorneo de un diminuto bikini que caminaba cerca.

—Todo lo tengo que hacer yo—insistió mal humorada— voy por las entradas, espérame aquí bajo la sombra.

El anciano rascó su cabeza, había aprendido a no contradecir a su mujer, sin embargo, se preguntaba por qué la vieja loca quería comprar una alfombra.

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