La tarde comenzaba a cernirse sobre el parque, dejando un rastro de luz que cada vez se veía más debilitada entre las hojas de los árboles. Becka se planteó cerrar su libro antes de que el fresco del crepúsculo la pillara por sorpresa otra vez, pero no pudiendo dejar el capítulo a medias decidió terminarlo antes de marcharse. Esa fue la decisión que lo cambió todo. Diez minutos más tarde se levantaba con una sonrisa del banco y se encaminaba hacia su modesto apartamento, con el buen sabor de boca que le acababa de dejar el ver a los protagonistas de su novela lograr confesar su atracción mutua. Se ajustó la chaqueta tras meter el libro en su bolso y empezó a caminar sin prestar demasiada atención.

Unos pasos más adelante, cobijada por la preciosa arboleda que empezaba a perder sus hojas sobre el camino de tierra que cruzaba el parque, su mente hizo un leve cortocircuito en el momento en que sus ojos divisaron por azar a un chico que caminaba hacia ella. Toda su hasta entonces perdida atención se centró en esas pantorrillas que se dejaban ver bajo los pantalones hasta las rodillas, en esos antebrazos definidos descubiertos a la brisa otoñal, en esa clavícula que se dejaba entrever por el cuello de la camisa, en ese alborotado pelo castaño que caía sobre esos decididos ojos verdes que estaban extrañamente clavados en ella. Se ruborizó al sentirse cazada en su escrutinio inconsciente y desvió la mirada hacia el suelo justo antes de cruzarse con él. Pero el aire a su alrededor parecía pesar más y aunque los separaba una distancia prudencial, Becka sintió una corriente eléctrica por su brazo justo cuando más cerca se encontraban. Alzó la vista hacia el chico y se dio cuenta de que aún la miraba, con la misma confusión con que ahora ella lo miraba a él. Ambos dieron varios pasos más procurando girar el cuerpo para mantener ese contacto visual, y luego se detuvieron.

Había algo en ese muchacho que había llamado la atención de Becka. No sabía lo que era ni por qué, pero sentía un fuerte magnetismo que la obligaba a acercarse a él, acrecentado por su intensa mirada de jade. Como si el incipiente otoño leyera sus pensamientos, hizo que una corriente de aire la empujara por la espalda haciéndola tambalearse adorablemente. El chico sonrió tiernamente al verla apartarse apurada los mechones rubios que ahora le cubrían la cara, y al final dio un paso en su dirección.

– Hola. -Saludó él. Se le veía seguro y amable. Más o menos de su misma edad, e irradiaba un atractivo que era notable para la muchacha.

– Hola. -Respondió ella un poco atontada.

– ¿Vienes mucho por aquí? -Preguntó risueño.- Nunca te había visto.

Becka tragó con dificultad. Ese chico estaba haciendo que su corazón se acelerara con cada pregunta y cada acercamiento, y ya sentía la boca reseca.

– Suelo venir algunas tardes -logró decir al fin-. Pero yo tampoco recuerdo haberte visto.

El muchacho dio de nuevo dos pasos y se situó delante de ella con una sonrisa encantadora y la mano tendida.

– Leo.

Una oleada de calor recorrió el cuerpo de la muchacha desde la nuca hasta los pies, sintiendo cómo su estómago se contraía y su vientre tironeaba por la cercanía de aquel cuerpo. Realmente no había estado pendiente siquiera de lo que él le había dicho, y tan sólo se dio cuenta de que se estaba perdiendo algo cuando vio la divertida impaciencia en sus ojos. Parpadeó un par de veces antes de volver a ubicarse.

– ¿Perdona?

– Digo que me llamo Leo.

El gesto que hizo con la mano la hizo ver que se la estaba tendiendo para estrechar la suya, y se sintió la chica más tonta del mundo por haberse quedado helada de esa manera. Carraspeó ligeramente antes de responder y devolverle el saludo.

– Becka.

La corriente eléctrica que ambos sintieron los dejó un momento con las manos pegadas, mirándose a los ojos con verdadera fascinación. Antes de que pudiera volver a abrir la boca el muchacho se le adelantó, sorprendiéndola con otra de esas cálidas sonrisas que calentaban el corazón y el cuerpo de la chica.

– ¿Puedo invitarte a tomar algo?

No podía aceptar aquella invitación. Su sentido común le gritaba que estaba en mitad de un parque en una ciudad en la que llevaba viviendo poco tiempo, con un extraño al que acababa de conocer, y que la noche de principio de otoño la iba a pillar con una simple chaqueta vaquera a un buen rato de camino de su casa. Estaba claro que no era la mejor idea, ni el mejor día. Suspiró pensando en su mala suerte, pues le habría encantado conocer de otra forma a ese amasijo de sonrisas y miradas que la estaba hipnotizando de esa manera, cerró los ojos para coger fuerzas y los abrió dispuesta a dar su negativa con todas las razones que su cabeza le había dado.

– De acuerdo.

Leo parecía tan sorprendido como ella misma al oír su respuesta, pero sin soltarle la mano dio dos pasos hacia atrás y empezó a tirar de ella sin romper la conexión que sus ojos habían tomado.

– Ven, conozco un sitio genial aquí cerca.

Becka asintió mientras se dejaba llevar por ese misterioso chico en una dirección distinta a la que debía tomar. Aún no se creía que su subconsciente la hubiese fallado de esa forma. Pero ya estaba hecho, caminaba hacia a saber dónde de la mano de lo que le parecía la persona más atractiva del mundo. Desde detrás de él observaba su cuerpo moviéndose con soltura a cada paso que daba. Era fibroso y fuerte, no demasiado grande. Lo justo. Su cuello, visible entre los pliegues de la camisa, se marcaba firme y tenso dando la sensación de ser gratamente mordisqueable. Su espalda era lo bastante ancha como para asegurar su fuerza, y su trasero se marcaba a través de los pantalones de una forma que a ella se le antojó muy sugerente. Tanto que sin querer se pasó la lengua por los labios y acabó mordiéndose el inferior mientras le devoraba con los ojos. Empezaba a imaginarse cómo sería el tacto de esa zona, si sus glúteos serían tan duros como parecían, cuando una leve risita la sacó de sus pensamientos. Se dio cuenta entonces de que había vuelto a pillarla mirándole. Mierda, ¿por qué le pasaba esto? No podía controlarse.

Llegaron a una cafetería muy curiosa en la que olía a una mezcla de café, chocolate, galletas recién hechas, y un poco a jengibre. Aún estaban cogidos de la mano cuando se pararon frente a una mesa con dos sillas libres al pie del ventanal desde el que podían ver la puesta de sol entre los árboles del fondo.

– ¿Qué quieres tomar? -Preguntó él muy cerca de su oído. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, muriendo justo en su vientre.

– ¿Qué me aconsejas? -Logró decir en un susurro. Leo la ayudó a sentarse en una de las sillas.

– Si te gusta el café deberías probar el capuccino que hacen aquí. -Una vez que se había sentado le volvió a mirar a los ojos. Unos ojos oscurecidos por la expresión de un lobo a punto de saltar sobre su presa.- Es cremoso, dulce, caliente… y te dejará con ganas de repetir.

No supo por qué, pero Becka pensó que de repente no estaba hablando de la bebida. Tragó el nudo de emociones y asintió.

– Si lo vendes así no puedo negarme.

La sonrisa complacida del chico insinuaba muchas cosas mientras se alejaba para pedir en la barra. Ella se llevó las manos a la cabeza y se apoyó en los codos sobre la mesa, recuperando el aire que parecía haber dejado de tomar desde el momento en que le vio. De pronto estaba temblando. ¿Por qué? ¿Qué era ese efecto que aquel chico provocaba en ella? Cuando consiguió tranquilizarse aparecía Leo con un par de humeantes tazas y un plato con dos magdalenas que parecían caseras.

– Me he permitido pedir algo para acompañar. -Y cambiando su tono de voz a uno grave y sensual acabó- Espero que te guste el dulce…

Ahí estaba de nuevo. El lobo insinuante. Le miró a través del humo de las bebidas mientras agarraba uno de los bollos rezando porque no le temblara la mano en el último momento. Tras darle un bocado y disfrutar de su exquisito sabor, soltó un gemido de placer involuntario mientras cerraba los ojos. Cuando los abrió se encontró con su acompañante mirándola fijamente con los ojos de nuevo oscurecidos. Tragó y comenzó a hablar para relajar el ambiente. El muchacho resultó ser un interesante conversador, de palabras concisas e ideas claras. De momento estaba siendo mucho más de lo que esperaba y el encuentro casual se había convertido en una gran velada. Sólo pensaba en poder repetir otra tarde, y bueno, en lanzarse a besar esos tentadores labios que no dejaban de volverla loca.

Paseaban de vuelta por el parque sin atreverse ninguno a mediar palabra. Ese pequeño y agradable sueño de una tarde de otoño tocaba su fin, y no sabían cómo hacer para buscar una continuación. Había sido algo extraño para ambos, y aunque caminaban separados la atracción que sentían era prácticamente palpable. Cuando llegaron al final del parque Becka sintió un enorme vacío en su interior. Ese era el punto en el que se separaban. Pero sin querer que la noche terminara aún le tomó la mano agachando la cabeza y le preguntó:

– ¿Te apetecería acompañarme a casa?

Esperaba tímidamente su rechazo, pero se encontró con que un par de dedos la sujetaron de la barbilla e hicieron que levantara la vista hacia esos ojos verdes que la miraban con alegría y deseo. Un segundo… Dos… Tres… Y de pronto sus labios estaban juntos y degustándose con locura. La pasión se desató entre los dos en una milésima de segundo y sus manos volaron por el cuerpo del otro, atrayéndose con fuerza y acaparando todo lo que sus dedos eran capaces. Cuando al fin se separaron, Leo se perdió de nuevo en sus ojos y susurró:

– ¿Crees en el destino?

Con una pícara sonrisa ella cambió el peso de una pierna a otra pestañeando con coquetería y luego le agarró de la mano y tiró de él en dirección a su casa. No sabía muy bien lo que estaba haciendo. No tenía claro que fuera cosa del destino. No daba por sentado que fuera a durar más allá de esa noche. Lo único que Becka sabía era que deseaba estar con ese chico. Necesitaba sentirle cerca, tocarle, abrazarle, besarle… el resto del mundo no le importaba. Él sin embargo tenía claro desde el momento en que había posado sus ojos en ella, caminando despreocupada con aquella sonrisa sincera por el parque, que esa era la mujer con la que quería estar. Por su gesto, por su manera de andar, por el brillo de sus ojos al verle. Todo eso, además de lo que le gritaba el corazón, hacían que pensara que ella era especial.

– Quizás los astros se hayan alineado para que nos encontrásemos hoy.- Dijo él divertido mientras era arrastrado.

– Quizás. -Respondió ella mientras se encogía de hombros.- Si es cierto que es cosa del destino lo veremos mañana en el desayuno.

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