En esta maleta no cabe casi nada. Por eso, he abandonado la ilusión de terminarla a tiempo. Antes siempre me entretenía juzgando cada prenda, sin atreverme a incluirla en el inventario hasta que se ajustara al ángulo correcto. Buscaba el libro perfecto, con tal de que encajara en el único hueco disponible. Me obsesionaba encontrar un neceser cuadrado, para colocarlo en la esquina dispuesta a tal fin. «Una locura», aseguraba mi madre, pero lo que no entendía es que el viaje ya empezaba con la vieja maleta de mi abuela. Esta, más joven, no es capaz de entenderme.
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