La luna se escondía detrás de unas espesas nubes que negaban la escasa iluminación nocturna, y los árboles se golpeaban violentamente creando unos aires ásperos y abrumadores.
Una mujer que estaba al borde de la muerte, le gritaba desesperada al universo o a quien pudiera escuchar, suplicando la vida.
Ten cuidado con lo que deseas, cada vez que pides un deseo al universo, nunca sabes quien pueda escucharte, ni quien esté dispuesto a complacerte.
Un hombre vestido de traje, un ser que estaba acostumbrado a no ser notado, a ser invisible. Se presentó en la casa de la mujer, dispuesto a cumplir con su labor, un trabajo natural y parte del proceso de vivir.
Escuchó la suplicas de la dama, sin tomar importancia. Se acercó a ella, y al ver su rostro macilento, cansado de luchar, cansado de aferrarse a seguir en este mundo. Se detuvo a observarla, incluso en ese estado, la mujer era hermosa, su cabello largo y negro le recordaba al abismo en que vivía.
La mujer se percató de que una presencia estaba a su lado y abrió los ojos, el hombre intentó ver su reflejo en los ojos de la dama, pero eran tan negros que no transmitían nada, sino que lo absorbían todo.
La muerte se acercó a ella, y le tocó los parpados con sus fríos dedos.
Al abrir los ojos, el hombre se había marchado. Su cuerpo recuperaba la fuerza y la vida.
Al verse al espejo se sorprendió de ver que sus ojos eran de un gris muy claro y luminoso. Puso su completa atención en ellos y vio en sus bellos ojos el reflejo de un hombre vestido de negro.
Desde ese día despertaba por las noches con la sensación de tener a alguien a su lado, se sentía segura. Sin saber que se trataba de la muerte, sin saber que el día en que le obsequió la vida, le había dado una parte de su poder, para que siempre estuviera ahí, y poder verla desde el interior de sus ojos, esos bellos ojos de la hermosa dama de la que se había enamorado, con la esperanza de que un día ella aprendiera a amar a la muerte.
Los años transcurrieron, y la sensación de tener compañía aumentaba, podía experimentar el rose de unos fríos dedos por su rostro, cada día temía más al encontrarse cara a cara con la presencia que la acompañaba durante las noches.
Sólo quería que se marchara, que la dejara sola.
Una noche, despertó con el estridente sonido de los relámpagos platinados, que llenaban de ecos los confines de la casa. La sombra de un hombre sentado a su lado le estremeció el cuerpo por completo.
Con los ojos llenos de lágrimas que imploraban salir, y los labios temblorosos le gritó.
—Aléjate de mí. Vete, largo—. su voz sonó dura, a pesar de que el simple hecho de tener a un espíritu cerca, la hacía sentir vulnerable.
El hombre se marchó sin más.
Un año después volvió con la esperanza de que la dama lo recibiera.
Sorpresa que recibió. La mujer tenía una familia, vivía con un hombre bondadoso y estaba a punto de traer a la vida a una bebé. El día se acercaba, y él observaba como su enamorada disfrutaba de la vida, que él le había obsequiado, con otro hombre.
La muerte dispuesta a recuperar a la mujer, entró en la casa una noche y se llevó al hombre.
Al despertar la dama creyó que su esposo la había abandonado, lloró mares de lágrimas toda la tarde y esa misma noche estaba lista para dar a luz.
Al llegar la partera a la casa, sintió como una fría brisa la seguía hasta la cama de la mujer, ella estaba por marcharse de este mundo por segunda ocasión, y la muerte apesadumbrada cerró los ojos al momento de llevarse a la mujer que tanto amaba.
Dispuesto a marcharse, sintió una pequeña y no muy obstinada, vista sobre él.
Dirigió sus pasos a la bebé, y al ver que lo observaba con una sonrisa en el pequeño rostro, decidió protegerla siempre, haciendo que sus ojos negros, perdieran la vista.
Cada noche, se presentaba al orfanato en que la niña se encontraba y hablaba con ella, sabiendo que jamás le temería.
Una noche, la inocente niñita le preguntó.
—¿Por qué me quitó la vista? estoy segura de que no temería a un hombre tan honesto, y bondadoso como usted—. La muerte sorprendida, le explicó que era por su seguridad, y ella dejó de hacer preguntas que sabía no tendrían la respuesta que esperaba.
Al cumplir los 18 años, la señorita en la que se había convertido, había aprendido a amar a la muerte. Decía que lo único cercano al amor, era la presencia de aquel hombre que la protegió toda su vida.
La muerte decidió regresar la vista a la dulce y tierna niña.
Una mañana la niña despertó con el sonido de la alarma, y al abrir los ojos se dio cuenta que podía ver, lo que ella tanto había anhelado, por fin se había cumplido.
Pero al recuperar la vista, perdió al hombre que tanto había amado.
Al cumplir los 97 años, la mujer estaba lista para marcharse. Así que una noche le llamó a la muerte.
—Si te fuiste por tantos años, dejándome sola, es hora de que regreses, y me lleves contigo—.
La muerte al escuchar la dulce voz, supo de quien se trataba, y recurrió al llamado.
Tomados de la mano, salieron de la casa, y desaparecieron en la oscuridad.
La muerte se había enamorado, sin saber que eso cambiaba su labor, se arriesgó dos veces para darle amor a una mujer indefensa, con ganas de vivir y obtener amor, de quien pudiera escuchar sus suplicas. Y al momento de llevarlas consigo, se había sentido vacío, como si el amor que le habían dado no fuese suficiente. En ese preciso momento descubrió que se había aferrado a la vida, sin saber que eso era irrelevante para él.
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