Subí por la falda de tu montaña y me adentré en tus caderas. Y ahí, entre tus recios y esbeltos pilares, tu surco se humedeció a la espera de ser sembrado con la semilla que convertiría el anhelo en una nueva vida.
Tu camisa se abrió sublime y quedamos vestidos con la valentía. La estructura piramidal de tus senos erguidos se presentó a mis ojos, los escalé lloviéndote a besos y desde las cumbres vislumbré los labios donde quería anochecer, sabiendo que mañana la luz de tus ojos me amanecería.
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