(Adjunto está canción, porque Micaela solía cantarla, cuando me quedaba en su casa)

Micaela es una mujer de setenta y cuatro años, estatura promedio, piel blanca, pequeños ojos color café, ya no tiene los bríos de años atrás, parece que la vida no ha sido tan benévola con ella, aunque su humildad la lleva agradecer con su voz suave y consoladora, que por lo menos ha favorecido un poco más a sus hijos.

Su infancia fue difícil, nació en Málaga, hija de una familia numerosa y desde que aprendió a caminar tenía un trabajo que hacer en casa.

Nunca entendió porque debía atender primero a sus hermanos, antes que así misma o porque su madre permitía que su padre la maltratará.

Su padre constructor, murió aplastado por un muro que construía y se derrumbó.

A sus quince años, sus hermanos mayores quisieron propasarse en sus funciones y llegaban borrachos, a insultar y maltratar a los más chicos, en una de esas ocasiones Micaela no aguanto y se enfrentó a Hernando, dejándolo privado de un golpe y por este motivo tuvo que abandonar su casa.

Ninguno de sus hijos fue planeado o deseado, aunque tuvo el coraje de dar a luz y criarlos dentro de sus posibilidades.

Ahora se siente orgullosa de ellos, aunque dice abiertamente que pudo ser mejor madre en otras condiciones.

La mayor fue la que más brega dió, menciona cuando se reúne con sus amigas del grupo de adulto mayor, con algo de nostalgia cuenta como a raíz de haber dejado la crianza de Esperanza a cargo de la abuela, su hija fue una malcriada rebelde, que a la fecha ha logrado superar sus dificultades.

John, es el único hombre en casa, nunca le gustó estudiar, pero siempre fue el más trabajador y solidario de los cuatro, ha visto por ella desde que cumplió su mayoría de edad.

Para Micaela es imposible hablar de él, sin que se le encharquen los ojos por su reciente partida a otro país, en busca de oportunidades que la economía de este país no le ha permitido.

Sandra su hija más querida, la más linda, menciona con orgullo y satisfacción, estudiosa, inteligente, noble y con gracia, logró ser profesional y ahora aunque lejos de casa la visita con frecuencia y le ayuda con los gastos.

Finalmente, Diana la más chica, con la que menos se ha entendido, porque es la más parecida a mi, dice con risas, diligente, emprendedora, pero distraída, se ha dedicado a su hogar y trabaja duramente en una maquila de zapatos, es a la que más consideración le tiene.

Se niega a dejar su casa que construyó con mucho sacrificio y en la cual cuida de perros, gatos y aves sin hogar que llegan allí por casualidad, ellos siempre son excusa cuando sus hijos le hablan de que vaya a visitarlos o a vivir con ellos, ya que no quiere ser carga para nadie y siente que esa, su casa, es el lugar más seguro en el mundo para terminar los últimos años con tranquilidad.

A veces cuando está de buen humor y necesidad de ser escuchada habla de sus amores fallidos, ella no cree que exista el amor de las novelas, agotada por los desaires constantes de quienes fueron los padres de sus hijos, asegura que el único amor real es el maternal, porque ese romántico que sale en los cuentos, es solo eso, un cuento.

La he visto cantar canciones de cuna con la misma facilidad con que teje una colcha de crochet, ella es fuerte como un roble y al mismo tiempo tan dulce y suave como algodón, da pocos abrazos, ríe a carcajadas y hace aromática de albahaca, ella es el retrato de muchas mujeres.

Ella es una mujer real, valiente, guerrera, como muchas que conozco, ella es mi abuela.


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