En ese cuerpo de vieja prematura habita siempre tu niñez. En él se van diluyendo los recuerdos, con la advertencia de que nada permanece. Por más que me empeño en fotografiarte, no consigo frenar las manecillas del reloj. Y sin embargo en esta imagen, te me antojas eterna.

Camino por las calles de mi ciudad y el espejismo de los edificios que aún perduran me hace creer que el tiempo cristalizó. Me recreo en su infinitud de ficción lanzando conjuros a Chronos, ridículos en su ineficacia, mientras él a cambio me lanza su burlona sonrisa. Como cuando creía que aprobaría el examen de Matemáticas si conseguía llegar a la tercera planta, antes de que diesen las 19:33. Al final aparece ese nuevo bazar que no estaba antes, y echo en falta esa antigua mercería que una mañana, sin consultarme, ya no abrió. Agujeros de absoluta imperfección porque las cosas ya no son como eran en el cuadro de mi memoria. Como una tela de araña que de modo paulatino se va desintegrando con el paso del tiempo y el absurdo peso de los insectos. Atrapados como nosotros en su red.

Nada ni nadie me piden permiso para esfumarse, y así de a poco todo va abandonándome, «deconstruyéndome» . También mis recuerdos. También los tuyos, Isabel. Ni siquiera los hábitos férreos que apuntalan cada segundo, cada minuto de tu existencia, son eternos. «La chaqueta se pone así. Éste es mi sitio en la mesa. La cremallera la subo yo sola…» Pequeñas dictaduras cotidianas y rechinar de dientes en su preciso momento, ni antes ni después. El papel y la ropa doblados con meticulosa y torpe precisión. La cabeza inclinada hacia atrás en el ángulo exacto, mientras Bego te baña con amor y con el agua de la ducha. Y una mañana porque sí, ¿y por qué no?, ya no sabes en qué pie calzarte el zapato derecho, y te pones un calcetín sobre otro calcetín. Y me río como si fuese una anécdota más, aunque sé que es un triunfo menos.

Aquella querida vecina de «Lanas Mari Gloria» se convierte en una desconocida sin previo aviso. Mi madre siempre tejiendo, y Dios ahora descosiendo, tirando del hilo que nos une. Deshaciendo lo que hizo él sabrá por qué. Si Dios tiene alguna profesión, ésa es seguro la de tejedora.

Hoy volveré a alejarme de ti. Te daré un beso en la mejilla, como siempre hasta ahora, mientras me miras, pícara. ¿Hasta cuándo podremos mantener el ritual de las despedidas y los reencuentros sin que nada mute, como una escena rebobinada una y otra vez?

Hoy espanto la tristeza a manotazos, como a una mosca molesta e insistente, de ésas que no soportas; moscas a las que Marino mata, mientras va arrastrando los pies por la cocina, con suma diligencia y cierta resignación, pero sin piedad. Todo por ti, Isabel.

Dejo que las horas transcurran al ritmo que ellas decidan mientras mamá, tú y yo permanecemos quietas frente a la estufa, simplemente queriéndonos en silencio. Pronto llegará el tren. Y afuera, lloviendo. Como siempre.

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