Dicen por ahí que nada en esta vida tiene una certeza absoluta, que solo existe una única verdad sobre este mundo y es el hecho de que todo tiene un final. Se dice que la vida no es más que un millar de momentos breves que convergen en un solo punto que escapa de cualquier control, un punto inevitable llamado muerte.
Este tema siempre ha sido controversial para mucha gente. Muchas de las personas lo toman como algo triste y trágico, mientras otros lo ven como un proceso de paz y descanso. Sin duda si pongo el tema en una conversación, el debate que girará en torno a esto será extenuante, pero hoy no escribo estas palabras con otro fin que no sea comunicar. Quisiera describir brevemente algunos pensamientos que han llegado a mí con el pasar de los años, aquellos pensamientos que me han permitido analizar mi extraña relación con la muerte; pero antes de hablar de describir los extraños momentos de mi vida me gustaría remontarme a un sueño que tuve alguna vez.
Recuerdo hace tiempo atrás soñar con una bella habitación, me encontraba sentado allí rodeado de un sinfín de sábanas de satín color ceniza que brillaban suavemente ante una luz de origen desconocido. Frente a mí se hallaba una pequeña dama, tan solo una niña de cabellos castaños y piel blanca que me veía fijamente mientras se mantenía sentada entre las sábanas. Era algo sin igual, debo admitir que su belleza era deslumbrante; sus cabellos caían delicadamente sobre sus hombros de piel perlada y su rostro denotaba una serenidad envolvente. La figura angelical de su ser era tan radiante que en algún momento pensé que ella emitía esa luz. Se veía tan tenue, tan bella, postrada entre las sábanas mirándome fijamente sin parpadear en aquel mundo de ensueño. Yo, por el contrario, yacía inmutado, sentado frente a ella en medio del paisaje acolchado mirando fijamente sus ojos de color extraño que solo podría describir en mis sueños. Había algo fantástico en la mirada de esa chica, era tan profunda como un pozo, y a medida que la observaba algo en mi nacía desde lo más profundo de mis entrañas, ese algo era amor.
No creo que pueda describirlo claramente en palabras, pero debo intentar expresar mis sentimientos en su medida. Era una sensación cálida, llenaba mi pecho con un fulgor extraño que me hacía sentir como si flotara en el aire. La veía con ojos de ternura, tan amablemente como podía, sin decir una palabra o levantar una mano hacia ella; solo estaba allí, mirándola fijamente mientras mi corazón se llenaba de paz, dedicándole una breve sonrisa en el silencio extraño de un mundo que no pude identificar.
Por extraño que suene, y aunque muchos cuestionaran mi cordura, yo sentía que aquella pequeña dama me quería tanto como yo a ella. Era inevitable pensarlo, su aura emanaba los mismos sentimientos y las mismas vibras de amor que yo le dirigía. Su mirada me generaba la misma calidez que un abrazo de mi madre en una noche fría, o tal vez la sensación que me daba al escuchar la voz de mi padre al darme un consejo. Era algo tan profundo, tan mágico que no había palabras para describir ese amor que sentía por aquella niña desconocida. En algún punto del sueño cerré mis ojos y desperté de mi cama con el corazón tibio y los pies livianos. Creo que nunca experimente algo que me diera tanta paz.
Aquel sueño permaneció en mi conciencia, atesorado por mis recuerdos como una de las más bellas experiencias. Sin embargo, al despertar guardé mi sueño en lo más profundo de mi ser y proseguí con mi vida un paso a la vez.
En algún punto de mi vida me topé con un colega en la escuela de veterinaria. Él solía hablar de cosas místicas y esotéricas de indios, profetas y otras personas de las cuales no me interesaba mucho. En una de las charlas comunales entre compañeros saqué mi sueño a relucir comentándoles a mis amigos aquel momento tan bello que llegó a significar mucho para mí. Como lo esperé las burlas no faltaron, muchos de ellos se reían de la situación y hacían chistes absurdos que yo tomaba con gracia, pero en un momento nuestro colega misterioso dijo algo que quedó a mi cabeza hasta el día de hoy. El hombre dijo que era muy afortunado al tener ese tipo de sueño, eso significaba que yo era su amigo. La verdad estuve un poco desconcertado ante aquella afirmación y procuré expresarle mi inquietud sobre a quien se refería. «La muerte» dijo mi colega campante mientras todos lo veíamos atónitos. Él decía que aquellos que son capaces de verla en sus sueños y sentir su amor son afortunados de tenerla en su camino, eso significaba que ella siempre estaba a una brazada de distancia. Todos los demás rieron con un poco de nerviosismo mientras evadían el tema, pero yo quedé tremendamente intrigado por aquella afirmación. A medida que los demás se disipaban me acerqué a mi compañero esotérico y le interrogué sobre que significaba el que la muerte se encontrara a una brazada. El hombre con seguridad me afirmó que la muerte siempre se encuentra a espaldas de los vivos, justo a una brazada de distancia. Ella se encarga de alejarnos de los peligros que pueden provocarnos un deceso prematuro para que podamos vivir hasta que ella lo decida. Sin embargo, la muerte es algo distraída, llegando a distanciarse un poco de aquellos a quienes no presta atención reclamando sus almas prematuramente.
La historia parecía llamativa y folclórica pero aun así no me explicaba el porque era afortunado de haber soñado con ella. Mi colega pacientemente me explicó que aquel amor mutuo que nos profesábamos en aquel sueño era símbolo de una amistad bastante fuerte. La muerte no se distraería al cuidarme por el aprecio que fomentaba al verme, y yo era afortunado de corresponder a su amor incondicional.
Fue una conversación muy interesante, un tanto poética y fantasiosa que me producía una sensación de alegría tenue, pero más allá de ser un relato verídico quedó como un bello recuerdo hasta los días siguientes.
Las fechas en el calendario seguían avanzando mientras yo forjaba mi camino poco a poco. Me gradué de la escuela veterinaria y emprendí mi rumbo hacia una vida desconocida. A medida que avanzaba me di cuenta poco a poco de la suerte con la que contaba. No es una suerte peculiar si así lo puedo expresar. Jamás en la vida he ganado un premio en el cual no haya puesto algo de esfuerzo. La fortuna no me ha sonreído en el azar ni una sola vez y siempre he contado con que no puedo obtener algo a cambio de nada, pero si algo puedo analizar es que mi suerte singular se puede asociar a mi presunta relación con la muerte. Tal vez muchos pensarán que esto es ficción, pero puedo asegurar de que todo lo que relato aquí tiene base en los eventos de mi vida en los cuales han participado infinidad de testigos.
Para hacer énfasis en mi extraña fortuna debo remontarme a mis primeros años de vida. Todo empieza con mi madre, una joven saludable y vivaz había pasado por varias desgracias en la época de los noventa. A sus veintidós años había tenido la dicha de parir a una bella niña el día previo a su vigésimo tercer cumpleaños, una niña que albergaba los sueños y esperanzas de una familia apenas formada. No obstante, los hilos del destino se enredan de manera extraña y ese mismo año al cumplir veintitrés mi madre estaría velando a quien hubiera sido hoy en día mi hermana mayor.
Tras cinco años de intentos fallidos y tres hermanas no nacidas la vida les permitió a mis padres engendrar a su único hijo, un pequeño bebé nacido quince días antes de término que según las palabras de aquellos padres orgullosos fue su bendición. Tanta era la alegría de mi padre que me cargó durante quince días sobre su pecho de un lado a otro soportando una gripe terrible que había adquirido recientemente. Mi madre le advertía del peligro de un posible contagio, pero mi padre inundado de alegría hacia caso omiso a sus palabras. Como la palabra de una madre es ley mi cuerpo prematuro adquirió la enfermedad en cuestión de días. Mis pequeños pulmones se llenaron de contenido y mi apetito disminuyó drásticamente. Los médicos intentaban tratarme pero no se veía mejora alguna. Mi madre solo podía ver como mi salud empeoraba gradualmente mientras se lamentaba por la posible pérdida de su único hijo. Cuando ya no quedaba más por hacer en el hospital, y al sentir que se aproximaba un terrible final, llegó sin anunciarse la primera de muchas extrañas fortunas.
En una de las muchas llamadas de mi madre hacia su hermana le comentó toda la situación con desesperanza. Mi tía le mencionó que hace poco se había topado con una joven doctora que la conocía a ella en la infancia. Esta mujer recién llegaba al país de hacer su especializaciónen pediatría y al encontrarse con mi tía salieron a tomar un café para “adelantar agenda” como dicen en mi tierra. Mi tía le contó a mi madre acerca de ella e inmediatamente le ofreció su contacto para saber si lo que yo tenía se podía curar. Y así, mis padres quienes pasaban por una situación económica difícil viajaron hasta la capital para ser atendidos por una de las mejores pediatras del momento.
Para no alargar la historia y debido a que mi madre no sabe cómo explicarme adecuadamente, fui sometido a muchas sesiones en donde me ponían tubos por la nariz y me sacaban el contenido de los pulmones. Al cabo de poco tiempo mis padres le agradecieron a la doctora quien les mencionó la suerte que tenían al haber llegado justo a tiempo. De no ser así, una neumonía habría sido mi tiquete hacia la muerte.
Pasó el tiempo y en menos de lo que se esperaba ya me había convertido en un joven. Toda mi vida había sido un poco curiosa; me caracterizaba por ser inquieto y sagaz a pesar de que crecía más lento que todos los demás. Siempre fui más bajo que los niños de mi edad y eso era a menudo una molestia para mí. Estudie en un colegio religioso en donde todos los estudiantes eran hombres y destaque durante mucho tiempo por mi baja estatura. A medida que fui creciendo esto dejó de ser un problema para mí, después de todo había desarrollado una buena autoestima y tenía buenos amigos con los que compartía a menudo. Sin embargo, al crecer junto con mis compañeros los juegos se hacían cada vez más bruscos y no podía competir contra ellos.
A la edad de quince años estaba terminando la secundaria; mi estatura no rebasaba los 165 centímetros y mi cuerpo tenía un aspecto debilucho. Era un poco vistoso verme allí entre mis compañeros quienes me sobrepasaban en tamaño y corpulencia.
En una ocasión todos los estudiantes de mi salón fuimos llevados a la sala audiovisual con el fin de ver una película. Todos estábamos entusiasmados, corríamos de aquí a allá empujándonos y brincando por doquier, y yo hacía un gran esfuerzo para participar alegremente en el jolgorio tratando de empujar a mis compañeros mientras reíamos a través de los pasillos de la escuela. Cuando llegamos a la sala audiovisual ocurrió algo que muy pocos esperaban. Entre brincos y saltos alguno de mis compañeros me empujó sin querer en frente de una vitrina; mi cuerpo no era lo suficientemente grande como para sostenerse y en un instante di de lleno contra el vidrio mientras este se rompía en pedazos. Grandes trozos de cristal salían por doquier y como si el tiempo se detuviera vi como parte de la vitrina caía hacia mí rostro en forma de guillotina. Por un instante creí que era el fin, pensé quedaría desfigurado ante aquel cristal por el resto de mi vida, pero para mí fortuna un compañero alcanzó a sostener el vidrio justo antes de que cayera sobre mi rostro. Me retiré asustado de la vitrina aliviado por el hecho de no haber sido fileteado, y torpemente ignoré el enorme tajo que tenía sobre la muñeca derecha.
Un cristal había rozado mi brazo, y justo sobre mi muñeca se encontraba un rio prominente de sangre que se desbordaba por todo mí ser. Fui empujado por mis compañeros hacia el exterior de la sala audiovisual y desconcertado por la conmoción hui frenéticamente hacia los baños mientras dejaba tras de mí una estela de color rojo intenso.
Al poco tiempo fui atendido por algunos maestros que intentaron detener la hemorragia mientras llegaba la ambulancia la cual tardó mucho tiempo en llegar. Después de una larga espera y al llegar al hospital supe realmente que tan grave era mi situación. Un par de venas, un ligamento y una lesión en un nervio fue el costo que tuve que pagar por aquella travesura inocente. Cualquiera diría que soy una persona desafortunada, pero muy pocos saben de lo cerca que realmente estuve de una verdadera desgracia. El cirujano que me atendió le relató a mi madre lo sorprendido que se encontraba con la herida que había visto. Según sus palabras era increíble que un vidrio de ese tamaño hubiera cortado solo las venas y el ligamento, era como si por acción milagrosa aquel cristal hubiera evadido la arteria radial que se mantenía intacta en medio de las laceraciones. De haber sido cortada junto con las venas no me hubiera dado tiempo para llegar al hospital y hubiera muerto desangrado. Al parecer, aun la bella chica de piel blanca se encontraba a una brazada de distancia.
Mi vida prosiguió su rumbo hasta el punto de la universidad, una época que no tuvo mayores eventos más que aquel sueño fantástico y el desenlace de un romance de 5 años. Debo decir que fue una época difícil para mí, estaba pasando por una increíble decepción amorosa que carcomía mi mente mientras mi pobre corazón estaba hecho polvo. Impulsado por mi propia decepción hui hacia lugares lejanos acompañado de mi soledad mientras afrontaba lo que era un futuro incierto. Este simple acto desencadenó los acontecimientos que me inspiraron a retomar la teoría de extraña relación con la muerte.
Mi experiencia mortal empezó desde el momento en que emprendí mi viaje. En medio de mis lamentos amorosos tomé lo que sería el rumbo hacia un trabajo como veterinario en una región muy distante de mi hogar. Era un recorrido de ocho horas para llegar a mi destino a través de incontables carreteras entre las cuales se encontraba el famoso ascenso de la “Línea”; una encrespada carretera estrecha la cual es el único paso para llegar al que en su tiempo fue mi destino. Esta carretera tiene su historia trágica, al ser tan curva y angosta es muy frecuente encontrar accidentes terribles al descender sobre ella. Para mi caso no fue la excepción, justo en su descenso mi fiel carro se quedó sin frenos a una velocidad alarmante. Veía a mí alrededor tratando de calmarme a mí mismo para no chocar contra algunos camiones que tenía al frente mientras la velocidad aumentaba a cada metro. Con la respiración profunda y la mente concentrada use todas mis habilidades de conductor para maniobrar entre las condiciones, y tal vez por gracia divina o por mi extraña suerte llegué hasta el final de la montaña con mi carro intacto y mi vida ilesa.
Desde ese evento en adelante solo pude confirmar la teoría. Un sinfín de oportunidades tuvo la muerte de llevarme en aquel entonces, desde una caída accidental a un barranco hasta la casi estocada contra los cuernos de una vaca que amenazó con perforar mis pulmones resultando en tan solo un rasguño en mi costado izquierdo, y si he de describir cada uno de los eventos consiguientes creo que este pequeño relato se convertiría en una novela.
Tal vez muchas personas cuestionen la veracidad de mis palabras, pero debo admitir que para mí también ha sido una situación extraordinaria. Estoy seguro que no soy el único que cuenta con esta suerte, tal vez la pequeña muerte tenga más amigos a los cuales proteger, pero me siento aliviado de que no se haya alejado de mí en todo este tiempo. Solo me queda esperar por más eventos extraños los cuales estaré dispuesto en poner sobre el papel si así se me permitiera. Y no teniendo nada más que decir me dispondré a seguir viviendo mi vida acompañado fielmente de una chica a mi espalda a tan solo una brazada de distancia.
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