Noviembre 2019.
Estación de Copenhague
Esta tarjeta lleva tus señas, sí, aunque ni siquiera sé quien eres. Da igual. Necesito, seas quien seas, escupir las letras que me ahogan.
Fui yo quien propuse viajar hasta aquí. Él mostró cierta reticencia, pues dejó mucho trabajo por hacer. Copenhague ha despertado mis sentidos. A él se los exterminó.
Las esculturas del anverso se encuentran en los márgenes del lago Peblinge y, aunque había postales mucho más representativas, no dudó, dijo que esta sería ideal para su compañero de mesa en la oficina.
Creí que disfrutábamos haciéndonos vídeos y fotos en aquella ciudad autogobernada, e insistí hasta agotar la batería, ¡maldita mi avaricia de preservar la belleza!
Cuando ocurrió, metí atropelladamente la mano en el bolsillo de su abrigo buscando nerviosa otro teléfono, y me topé con la tarjeta. Sólo llevaba escritas las señas del destinatario.
Que sepas, seas quien seas, que se acordó de ti, está claro. No sé cuando tenía pensado rellenar el resto de la postal, el caso es que, antes de dedicarte unas palabras, señorita “tra-ba-jo por ha-cer”, fue entre mis brazos donde dio su último suspiro tras el infarto, bajo un árbol en Christiania.
M.G.R.
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