Estaba decidida. Ya se había entregado con la piel y ahora tocaba abrazarse a las palabras como un náufrago a su tabla. Él la escribió cien noches sobre las sábanas en negro sobre blanco. La palabra se tornaba carne. Ella se dejaba leer. Él dejó de escribirla un buen-mal-día, otras historias quizás, y ella no supo pasar página. Esa tarde lluviosa estaba decidida, cruzaría aquella puerta del taller de escritura y con la tinta de una lágrima reescribiría su mejor historia por amor… a sí misma.

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