Pasos de tacones se escuchaban en el momento que una mujer de apariencia destrozada entraba en la pequeña sala donde un piano acompañado de un banco era lo único que sobresalía en aquella sala abandonada por el resto de las personas, excepto ella.
Aquellas teclas acostumbradas tanto a su propio sonido como a los silenciosos y débiles sollozos que la mujer propinaba quedaron abandonadas un día en el que aquellos dedos las dejara entristecidas sin saber hasta ahora el motivo de sus lágrimas.
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