Volví a un aula, tras décadas, ilusionado como si tuviese seis años. Nombres, autodefiniciones de profesor y alumnos para proyectarnos sobre los demás. Lecturas, comentarios y tareas para la próxima semana. Ya se había disipado el recuerdo infantil y nos comportábamos como adultos. Al leer y valorar nuestros torpes escritos se evaporaba la poca objetividad inicial y me trasladaba a la adolescencia de instituto, con un viejo verde pendiente del escote de su alumna sin oír las palabras que leía.

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