La playa casi está desierta, a la espera de marcharnos. Solo quedan unos pocos restos de maderas y tiendas de campaña. Ni rastro de aquellos que se quedan aquí, ni de sus historias, que la arena y el mar se llevaran.
Y ahora sí, por fin, volvemos a casa. Después de diez años, en estas playas, se me hace extraño volver a la rutina diaria del hogar, a las tareas del campo, a la vida sin incertidumbres.
Y de repente, una voz me saca de mis pensamientos:“¡Vamos Odiseo! regresamos”.
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