Las lecturas de sus escritos al final del taller sentenciaban la grandeza poética de aquella joven de mirada inquietante, quien escondía su sonrisa arrogante detrás de una mueca irregular de su nariz. Nadie sabía su secreto, excepto yo. Exponerla sería tan fácil que por momentos sentía un vértigo desmedido por querer confesar lo que sabía y ver la reacción de aquellos rostros inocentes. Pero no tendría sentido alguno, no podría volver a escuchar su voz. Su secreto siempre estuvo a salvo.

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