Como cada martes, miro mi perfil en el espejo, los ojos entornados. Me acaricio la curva bajo mis pechos y noto poca diferencia con el martes pasado, ¡qué lento es esto, Señor! Sólo la ilusión de un final feliz me empuja a seguir, sin ceder, día tras día.
Bien, allá voy. Subo al maldito podium de cristal sin mirar. Afianzo bien los pies, centro el eje corporal y ahora sí, miro abajo con recelo.
Y… ¡doscientos gramos en una semana!
Mohína, marcho a la cocina a por otro botellín de agua clara.
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