Se bajó del tubular delante de la clínica. Reconoció que la entrada era armoniosa, que desprendía cierto sosiego que la reconfortaba. Un cuidado bosque de bambú, inspirado en la estética zen, formaba un pasillo vegetal que se bifurcaba hacia dos galerías acristaladas, una de entrada y otra de salida. Más allá, un atrio amplio y luminoso daba la bienvenida a los visitantes.
Tras el mostrador de información, una muchacha sonriente le indicó que se dirigiera a la sala de espera número 28, en la segunda planta. El personal de la clínica, vestido de blanco, deambulaba con calma por pasillos y ascensores. Ya en la sala, Keiko se percató de que un hilo musical hacía picadillo dulce de las canciones más populares del siglo XX.
Minutos después, una enfermera asomó por la sala de espera.
-¿Señora Takeshi? Pase, por favor.
Tras la puerta de cristal esmerilado, la doctora la recibió sentada a la mesa y alargó la mano para estrechársela.
-Buenos días, señora Takeshi, soy la doctora Sutori. Tome asiento, por favor. ¿Ha venido sola?
-Sí.
La doctora tenía la tableta electrónica encendida sobre la mesa y alternaba la mirada entre la información que contenía y el rostro de Keiko.
-Hemos recibido su historial y tengo que reconocer que nos ha sorprendido. Es brillante. Un test de personalidad que se sale de lo común. Rayando la perfección, enhorabuena.
-Gracias.
-Lo cierto es que estaríamos encantados de aceptar su caso para gestionar el lapso vital que nos solicita. Según veo en su historial, tiene ahora 50 años. Está casada y sin hijos.
-Sí.
La doctora continuó repasando su ficha.
-Trabaja fuera de casa, tiene tres hermanos, su madre y su suegra todavía viven, y lleva un año madurando la idea de la donación, hasta este momento, en que ya se ha decidido por completo.
-Así es.
-Sé que esta pregunta que voy a hacerle puede sonar dura pero es necesaria en nuestro protocolo. ¿Su familia está al tanto de esta decisión?
-No, prefiero no decirles nada.
Keiko se notó un extremo de la uña del pulgar astillada. Pasaba el dedo índice una y otra vez por la zona más punzante.
-Entiendo. Y, ¿ha pensado en alguna fórmula para despedirse? Si es que quiere despedirse, claro. Nosotros, dentro de las posibilidades de cada donante, es una práctica que recomendamos.
-Todavía lo estoy pensando. Tengo duda de si hacerlo por medio de videoconferencia.
-Muy buena opción. Aquí, en la clínica, quiero que sepa que tenemos todo lo necesario para hacer de este tipo de despedida un montaje audiovisual tierno y entrañable.
La doctora levantó la mirada, sonrió, y continuó hablando.
-Es una decisión importante pero veo que el test de convencimiento le dio un resultado alto, del noventa y cinco por cien. En nuestro caso, solo trabajamos con casos que van más allá del ochenta por cien, así que, por este lado, supera con creces los requisitos de admisión.
-Me alegro.
-Respecto a la clínica, quería explicarle, si me lo permite, cuál es nuestra manera de proceder. Supongo que estará al tanto de que la Clínica Jisatsu se centra en casos de donación pediátrica. Solo trabajamos con pacientes de edades comprendidas entre los dos y los diez años. ¿Le parecería esto correcto?
-Sí, de hecho es uno de los motivos por los que acudí a su clínica.
-En tal caso, le comunico que tenemos entre nuestros pacientes tres posibles candidatas dispuestas a aceptar su donación vital. Por supuesto, ni las niñas ni sus familias saben todavía que están en este proceso de selección. Tratamos de evitar los casos de arrepentimiento y, por ello, prácticamente hasta un día antes del evento, no les hacemos saber de su cura. Es una manera, entenderá, de no crear falsas expectativas y de evitar la consecuente decepción de una marcha atrás por parte del donante.
-Lo entiendo.
-Ahora, si le parece, voy a mostrarle las fichas de las tres candidatas.
La doctora apretó un botón en el extremo de la mesa y las luces bajaron de intensidad al tiempo que una pantalla descendía ocultando las ventanas de la consulta. Sobre la pantalla, apareció la ficha de la primera niña.
-Esta parte, sabemos, suele ser la más difícil de nuestra entrevista. Si quiere parar en cualquier momento, no tiene más que decírmelo.
-Está bien.
La doctora giró su cabeza hacia la pantalla. Keiko aprovechó la oscuridad de la sala y que nadie la miraba para rascarse con fruición la cutícula del dedo índice de su mano izquierda. Cuando la enfermera había aparecido en la sala de espera, un momento antes, tuvo que interrumpir su gesto, pero sabía que tenía un poco de tejido, algo de piel de la que tirar y que se había quedado a medias.
Las dos observaban la pantalla. La doctora contaba la historia de las tres niñas enfermas. Noriko, de cuatro años, Haruka, de ocho, y Natsuki, de seis. Eran perfectas, pensó Keiko. Las tres. La doctora seguía explicándose, con una voz dulce. Cinco minutos más tarde, Keiko sabía que tenía sangre alrededor de la uña. Tras años de práctica, sabía medir el dolor autoinflingido.
-Hemos cargado en el dispositivo que le entregará mi asistente todo el material referido a las tres candidatas. Lo podrá consultar durante los próximos días y decidir a cuál de ellas hará la donación. Tómese su tiempo. En la tableta, además de estas fichas, hay información adicional: álbumes de fotos, test de personalidad de las niñas, su historial clínico y características de la enfermedad que padecen.
-De acuerdo, lo consultaré.
Volvía la luz a la sala. Keiko colocó sus manos juntas, sobre la falda.
-Para terminar, quiero que sepa que hemos incluido un dossier con las especificidades de la donación vital. El contrato y el protocolo de actuación que incluye un tutorial y unos vídeos del procedimiento. La Clínica Jisatsu cuenta con la tecnología más avanzada para casos como el suyo. Aseguramos los resultados de la transferencia de vida como no lo hace nadie a día de hoy. Señora Takeshi, no quiero abrumarla, ¿va todo bien?
-Bien, sí, esté tranquila. La verdad es que lo que he oído se ajusta por completo a mis expectativas. Y llevo tiempo deseando llevar a cabo esta transferencia.
-Me alegra oír sus palabras. Según la ley ministerial, sabe que su acto tiene la categoría de honorable, ¿verdad?
-Sí, lo sé.
Este punto hubiera sido el idóneo para que terminase la entrevista, pensó luego Keiko, pero la doctora añadió una última frase.
-Por supuesto, sobra decir que el proceso es indoloro y que tiene una variedad de sueños inducidos entre los que elegir para poner punto final a su vida y regalarla a cualquiera de nuestras candidatas. Solo es cuestión de que los técnicos carguen en la transferencia la ensoñación que el donante nos ceda.
Keiko pasó por el baño antes de salir de la clínica. Bajó la tapa del inodoro, se sentó. Con la mano izquierda sujetaba sobre las piernas el bolso y el dispositivo, como lo había llamado la doctora. Con la mano derecha, buscó en la nuca algunos cabellos incipientes, difíciles de arrancar. El secreto estaba en tirar desde la raíz. Al rato, escuchó a dos mujeres entrar en el baño. Sus voces la sacaron de la tarea en la que llevaba un tiempo absorta, no sabía cuánto. En el suelo de baldosa blanca quedaba la prueba; a juzgar por la cantidad de cabello, calculó que unos diez minutos. Se sacudió la ropa, cortó un trozo de papel higiénico y recogió el pelo del suelo. Tiró de la bomba y salió.
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