Le dije a mi marido que quería hacer un taller de literatura. Lo hice y dejó de hablarme. Sólo monosílabos salieron de su boca durante dos años. Su argumento era que ese sería el primero de una serie de talleres que no terminarían jamás. Tuvo razón, perdí la cuenta y él me perdió cuando se reveló la otra acechándome cada vez que ejercitaba lo aprendido.

Ahora vivimos suspendidas en el mismo mundo y si alguna logra escaparse, la realidad nos aniquila con sus colmillos de acero.

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