Bajo el radiante fuego del eterno testigo,

nace esta chispa divinal que palpita.

Algo guarda en el fondo de su mirada;

un abismo insondable que no se sacia.

¡Y que devora todo lo que toca!

Eso auguran las voces silenciosas;

las faunas y las floras extintas que se quejan,

desde el fondo de las fauces destructoras.

¿Acaso es la nefasta tarea?

¿Volvernos la única especie sobre el planeta?

¿Y mirarnos los unos a los otros,

cuando el hambre nos reclame otra faena?

¡Que se levanten los muertos ilustres de la historia!

A observar la nueva cúspide de la humanidad;

para que tengan razones en sus eternas fosas

de llorar una tempestad.

Que vengan Simón Bolivar y Hugo Chavez desde los etéreos parajes,

donde las almas reposan luego de la turbulencia terrenal.

A contemplar entre los efluvios que lleva el aire,

las noches más heladas de esta ciudad capital.

Pequeñas generaciones de nuevos viajeros cansados,

durmiendo a la sombra de la misericordia social.

De cobijas la miseria y con el arrullo doloroso del hambre atroz.

En sus ennegrecidos ojos abiertos un ¿Por qué?

Sin contestación.

¿Por qué no vienen en sus etéreas formas?

¡Y me ayudan a responder!

Porque no encuentro ninguna manera de contestar

el … ¿Por qué?

¡Que vengan los muertos a contemplar!

¡Hasta donde hemos sabido llegar!

Para que tengan razones en sus eternas fosas

de llorar una tempestad.

Si sobreviven al amanecer.

¡A correr para no morir!

Y ahogarse en el iracundo océano

de la nueva humanidad.

Listos están para encontrar

la razón de su existir.

¡Y el hambre atroz!

¡Y el frío igual!

Listos están para rebuscar

la misericordia de los demás.

¡En esta inaudita nación!

¡En esta absurda ciudad!

Donde todo da igual,

el bien y el mal.

El día rápido se va,

la noche vuelve a gobernar.

¡Y el hambre atroz!

¡Y el frío igual!

Los ennegrecidos ojos vuelven a esperar.

¡Y no hallo manera de contestar!

El … ¿por qué?

¡Es una desesperación!

¡Es un grito de animalidad!

Es un gran dolor

que despierta una tempestad.

Es un océano profundo e insondable.

Donde la palabra no alcanza a llegar.

Y quizás… ¿Dios?

¡Aquí está gritando la especie!

Que desea retumbar en las raíces…

¡Gloria a la nueva cúspide de la civilización!

Donde se han ingeniado mejores maneras para matar.

Qué mejor que volverlo una industria de la extinción,

para que mueran todos los que no son como yo.

¡Que los hornos ardan con los cuerpos de los demás!

Hasta que no haya ningún otro que matar.

¡Que mueran todos los que sean otros!

Que se innove en el arte de la inmolación

y sea la fama el honor del asesino serial.

¡Que viva la mortandad!

Son los gritos que retumban

en la cúspide de la civilización.

También se han sofisticado las maneras de robar,

hasta volverlo una lucrativa profesión.

¡Felicitaciones a todos los aspirantes a gobernar!

Ya les llegara la hora de hartarse con lo de los demás.

No hay que ponerle límites a la ambición.

Que se vuelva la adicción de la nueva sociedad,

hasta que no haya nada más que despojar.

¡Que viva la avaricia hasta la perdición!

Y el progreso del asfalto

sobre la naturaleza…

¡Que viva hasta que muera!

¡Hasta que muera!

Que las ciudades crezcan sin parar,

palpitando sin dormir y sin despertar.

¡Hasta que todo sea ciudad!

¡Y solo haya ciudad!

Y los rascacielos el refugio

de los nuevos astronautas cotidianos.

¡Cada vez más altos!

¡Más altos!

Hasta que su ascenso sea un viaje estelar

y su descenso un estruendo terráqueo.

Con avenidas sin fin hacia todos los lugares

y en todas las ciudades, todo lo comprable.

Y avenidas aéreas y viajes espaciales,

con desayunos incluidos en hospedajes lunares,

con guías turísticas y estadías en marte.

Todo lo imposible, lo inimaginable,

está a la plena disposición del que tiene cómo pagar.

¡Todo está a la venta en la nueva sociedad!

Que la moda sea ir de compras por el mundo

y por el sistema solar.

Hasta hartarse de cosas fabricadas

y ahogarse en su propia basura personal.

Que se preparen los terapeutas de la acumulación.

¡Pero que no curen la raíz del mal!

Que se preparen también los economistas de la acumulación,

los que enseñan el valor de acumular.

¡Para que viva la contradicción!

El lenguaje de la nueva sociedad.

Ha nacido y ahora vive la nefasta generación,

que auguró un gran genio un siglo atrás.

Generación de idiotas les bautizó,

cuando las tecnologías que utilizaran

fueran más rápido que su humanidad.

¿Acaso no es la generación de hoy?

¡Generación de idiotas nada más!

Generación en la que he nacido yo

y que ahora trato de representar.

Generación con pasos de gigante

y rumbo hacia la catástrofe.

¡Hacia la catástrofe!

Forjadora de cicatrices imborrables,

creadora de extinciones fatales.

¿Acaso no saben escuchar?

¡Desde el otro lado de la fosa gritan nuestras raíces!

El aliento nativo que se lamenta.

El espíritu herido de antiguas culturas despojadas

que retumban silenciosos desde sus restos.

¡Aún se quejan en silencio desde el subsuelo!

¿A quién se debe culpar por su etnocidio?

¡Que venga la historia en mi auxilio

y me ayude a responder!

¿Acaso no es el mismo espíritu de hoy,

quien alguna vez también gritó?:

¡Que viva la muerte del otro!

Del salvaje,

del indígena,

del negro,

del protestante.

¡Que muera el diferente,

para que sea mío todo lo que tiene!

Su vida,

sus bienes,

su sangre,

sus fuerzas.

¡Que todo lo suyo me pertenezca!

¿Acaso el grito de ayer es el mismo grito de hoy?

Se imponen los dueños de la mirada y de la versión,

de la espada y de la cruz.

Los que han logrado persistir en la ceguera

de su propia civilización.

¡Que sea legítima la versión del despojador!

Para justificarse en su atrocidad.

La decisión no la toma el diabólico salvaje,

digno de la fe que le despoja lo más valioso.

La decisión la toma el dueño de la versión y de la fe,

el despojador histórico que grita:

¡Esa es la historia de nuestra civilización!

Aún caminan descalzos sobre el asfalto,

los nativos que han sobrevivido a los siglos de despojo.

Ahora transitan con los restos de su cultura a cuestas,

de indígenas sobrevivientes del etnocidio

a indigentes exóticos.

Por las calles de esta agreste ciudad,

familias enteras de nativos peregrinos

van en busca de toda su riqueza despojada;

en sus ojos no hay esperanza.

Algunas madres se sientan

con sus criaturas a cuestas,

a contemplar hacia el fondo de la nada.

El andén ahora es la nueva cama.

¡En la cúspide de la civilización!

Gobernada por una generación

que padece de amnesia cultural,

que caminan solamente en el hoy,

sin mirar hacia adelante o hacia atrás.

Pero aún piensan los sabios en vías de extinción

bajo la majestad de su insólito existir;

dime qué ves en mí para saber lo que eres,

civilizador del despojo,

del desarraigo,

de la amnesia histórica,

de la idiotez.

¡A toda marcha va la maquinaria de la civilización!

Pero ¿Cuál es el destino?

A toda marcha hacia su propia aniquilación.

¡Su aniquilación!

Qué tal si se mira todo lo fabricado,

cuando el tiempo inmisericorde lo haya devorado.

Si se rompe con el tiempo y el espacio

para contemplar el universo girando.

Qué tal si atravesamos el insólito umbral,

hasta cuando todo vuelva a su estado original

y la ausencia de consciencia vuelva a gobernar.

¡Que vivan el vacío y la nada universal!

Para que contemplen, al final;

los despojos inertes de esta nueva humanidad.

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