El velo de la muerte

El velo de la muerte

Mario Papich

15/09/2019

En el abismo de la falsa esperanza encuentro la amargura de lo que fue, aquello que apenas quiso ser.

Un señuelo salpicado de dolores que seduce mi alma y la atrapa y la conduce a senderos oscuros y solitarios.

Es que se viene la luna nueva, aquella que predijo mi futuro, aquella que cautivó en belleza y sembró tempestades con el fuego del infierno.

Trajo el perfume a calas vírgenes, juncos dormidos brotados en ira, cenizas de aquellos inertes y fugitivos lirios que desconsolados treparon muros de olvido y desolación.

No voy a saltar, no. Quien dijo que las aves fénix dejaron de volar. Trepan cada centímetro de la montaña más alta y se lanzan seguras hacia mi destino.

Atropellan las calumnias, picotean los desnaturalizados y sedientos egoísmos ancestrales para gritar al viento su virtud luchadora.

Ya nada me detiene, nuevamente los árboles mueren de pie y las aves, en un intento de forzada resurrección, cantan melodías legendarias que servirán para sofocar la esperada muerte.

No voy a esperar a que la última de las sombras que cubren la luna se marchite en una encrucijada disolución.

No voy a generar delirios de mentiras en campos sembrados por la codicia y no dejaré que el viento siga trayendo semillas de maldad y sarcasmo.

Es mi libertad, es mi vida, es mi destino, el que espero volver a renacer, el que envuelto en miradas de desesperación cargo conmigo en una suerte de brotes corruptos de ignorancia y crueldad.

Furtivos son los desmanes de delirio que sacuden mi cabeza y hacen flotar en sórdidos remolinos los pensamientos ideológicos que tantas veces sucumbió mi vida y que tantas veces pedí al cielo ser acallados.

Por esta luz que alumbra mi alma, por esta mansedumbre que locamente se vuelve a despertar en mi camino, es que pido la gloria de mis entrañas para poder volar, volver a volar, a surcar cielos inhóspitos y desenfundar locos placeres; lejos de aquellos que una vez repuntaron mis ansias de soñar.

Locos, si; locos son los terribles elogios que anidan en los abismos del paredón, que hacen sudar lagrimas de fuego y se avivan con los estimulantes verdugos del adiós.

Ese adiós que invade mi ser, ese adiós que siempre está presente; ese adiós que doy la bienvenida y que repite su regreso incansablemente. Adiós a la vida, adiós a la muerte, adiós a la esperanza y a la siguiente. Adiós al temerario juicio que sin ser final inicia y termina en un veredicto flotante que eternamente vaga en el espacio.

Amarillos, naranjas y rojos, confunden sus gamas con los violetas renegridos de la codicia.

Celestes, verdes, lilas; ya no están, no fueron generados con placer de rumores floridos. Han sido olvidados, secundados, aplastados y reemplazados por este agujero negro que cada vez más crece para eternizar.

Las plegarias también se someten a los criminales rumores de promesas incumplidas, se desatan los cabellos resecos de pobreza y el viento, mi gran amigo, sopla cada vez más sobre estas rocas amuralladas de pavor.

Ya nada será igual, todos los astros cumplirán su historia y su recorrido, la luna, ese gran botón gris que surca el universo, terminará de dar amor y romanticismo.

Fueron tiempos más que difíciles, el sufrimiento pronto terminará. Un nuevo mundo se acerca, una nueva vida pondrá fin a este despiadado síndrome de pantanos y desesperanzas.

El portal se derrumba, surge La Paz y se frena todo sufrimiento. Un nuevo sol renace. El día llegó a las manos de los mortales. Ya soy parte de este destino. Mi presente y futuro. Ahora soy luz.

La muerte ha sido vencida.

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