Conversaciones con el tiempo

Conversaciones con el tiempo

Diego Durán

13/09/2019

CONVERSACIONES CON EL TIEMPO

-I-

Soles

abrasados por los años de espera inefables.

Contagiados por el virus del tiempo implacable.

Asombrados por las lunas nocturnas invariables.

Redimidos por un beso inerte inolvidable.

Luces

apagadas de las lámparas del miedo, solas.

Derramadas entre láminas de olvido, pocas.

Reflectadas por deseos imposibles, locas.

Palabras,

unas, latigazos dolorosos.

Otras, arrumacos primorosos.

Las más, desconchados de tapias desabridos,

tapaderas de silencios necesarios.

Unas, dudas ciertas de lo no vivido.

Otras, certeza indubitada de lo irremediable.

-II-

Se clavan las horas en el círculo blanco numerado,

y vuelan los minutos de número en número

cuando miras atrás y ves cómo dos agujas silenciosas

te fraccionan la vida en partes desiguales.

Hoja amarilla… ¿de otoño o de años?

De otoño, natural contraste.

De años, color perdido, irrecuperable.

Nuevas hojas para tiempos nuevos,

nuevo verde, arrogancia nueva.

Ríos de años vividos en cascada.

Silueta de un cuerpo que nunca estuvo.

Sólo su hueco, reservado y fragmentado.

-III-

EL tiempo sólo es movimiento en torno al sol,

en giros exactos, constantes e inexorables.

Nunca podrás detener el giro.

Nunca podrás girar de vuelta.

Tú no puedes alcanzar el brillo

que te fija el tiempo y que te anuda.

Nunca volverás a ver la estrella que fue ayer

porque una nueva amanece cada día.

Son estrellas diferentes dentro de la misma estrella

que te ilumina y te guía.

Una ya lejana de luz parpadeante.

La otra, aun cotidiana, llena y rutilante.

-IV-

No debe pesarte el tiempo sobre la cabeza,

sino, por debajo y por dentro, aligerarte el paso

y recordarte

que la urgencia es el único sentido

de la vida, siempre errante.

No es prisa la urgencia,

sino anhelo de alcanzar mañana lo que hoy sueñas.

Un anhelo sin pausa, infatigable ejecutor

de tiempos muertos.

Rodéate de horas vivas

y olvídate de las horas muertas.

El tiempo arruga la piel

y te blanquea.

Pero también te enseña,

te bruñe el alma

y te muestra cómo

lo no vivido ayer

de nada te servirá para mañana.

-V-

¿Lloras las horas pasadas?

Va y viene el dinero.

Va y viene el amor,

Todo va y viene

Todo, menos el tiempo.

Puedes llorar el dinero.

Puedes llorar el amor,

…pero llorar el tiempo…

es tiempo perdido, es tiempo muerto….

-VI-

Agárrate al fondo de tu vaso lleno de güisqui vivo,

allá donde bullen los versos cortos, de letra en letra,

agárrate y respira mientras otro segundo redivivo

te saluda, sonriente, mientras corre

dejando pasar al siguiente

segundo que te apura dejando pasar al siguiente

segundo, esperando inquieto que ya brote

la palabra milagrosa que te asombre.

Reúnelos, de uno en uno, hasta llegar al minuto,

espacio eterno cuando esperas…

cuando gozas…veloz carrera.

Cuéntalos y grita…¡¡ he vivido los sesenta!!

Deja ahora el vaso ya vacío de güisqui muerto,

levántate y camina de la mano del siguiente segundo:

ya sabes que no te esperan. Y disfruta los siguientes

que vengan, siempre en círculo,

de uno en uno. Sujétalos

sin dejarlos caer al vacío del tiempo muerto.

Agítalos con fuerza, todos contra todos,

en la coctelera de tus labios y disfruta

de poder beber los sesenta.

-VII-

No hay peor cárcel que la que se construye con las rejas del tiempo.

Rejas más duras que el metal, que te van enmoheciendo el aliento.

Tus recuerdos son la medida de tu tiempo.

Somételos al fuego de la fragua,

pero no hagas con ellos rejas,

sino limas hermosas que las abran.

No te encierres con ellos, ni los tires ni los pises ni los mates.

Construye una tarima de recuerdos y encarámate recto,

disfrutando de todos, de los que fueron y de los que no fueron,

porque tú sólo eres un resumen de todos ellos

y un proyecto de futuros recuerdos.

De las heridas abiertas por palabras que hieren

sólo quedarán marcas endurecidas en tu piel,

cicatrices que dibujan tu vida de raya en raya.

No pienses que te equivocaste si el camino por el que andas

no es el que primero soñaste,

porque los caminos sólo son marcas

invisibles de tus pies

que te llevan adelante.

-VIII-

Dicen que el círculo es la figura perfecta.

Por eso, tú, amigo tiempo, eres tan imperfecto:

nunca eres círculo, sino línea recta.

Eres como agua en recipiente roto.

Así te escapas, gota a gota

o a chorro.

-IX-

Siempre ha estado lejos. Siempre más allá de donde alcanza mi vista.

Siempre más allá de donde para el viento del sur que busca el norte.

(No sé por qué al viento del norte se le llama así, cuando él lo que busca es el sur)

Siempre he intentado expulsar de mí el sentir de haberla perdido,

ese sentir que encoge mi corazón encogido, que remueve el vacío que nunca ocupó.

Siempre ha estado lejos. Siempre más allá de lo que yo pudiera alcanzar,

ni siquiera extendiendo los dos brazos juntos puedo alcanzar ni siquiera su sombra

ni siquiera su pelo, ni mucho menos su cuerpo diluido en sombras de recuerdos.

Siempre ha estado lejos como lejos está la estrella polar, lejos y fija

marcando un punto inaccesible para mí.

Inaccesible y guía.

Y hoy se lo quiero explicar al tiempo:

“Mira en el bolsillo izquierdo de tu corazón,

donde se guardan los amores que para nada sirven”

EN FEMENINO PLURAL

ASÍ EMPEZÓ

No sé qué locura invade el sudor del cobarde.

Fueron primero las palabras,

usadas como munición de desgaste.

Palabras, ¿recuerdas?, como balas o cuchillos de latón.

Palabras que se fueron tornando carne rota.

Preguntó por qué el primer día.

Preguntó por qué le exigía lágrimas de dolor.

El segundo día entendió que no era ella, sino él, el motivo.

Y dejó de preguntar.

Sólo esperaba que llegara cansado del trabajo.

Sin fuerzas para pegar.

Renunciaste a ser tú misma por miedo a no ser nadie,

Y fue la renuncia tu dote. Y tu dote dio palabras al cobarde

Se te fueron cayendo las letras

hasta que tu nombre quedó reducido al cero nominal.

Precintamos la historia recordada con siete verbos como siete balas

y nos sentamos a esperar.

Coge las siete losas: Postrarse, obedecer, satisfacer.

Callar, olvidar, asumir, perdonar.

Verbos antiguos de mujer.

Y esculpe en cada una tres letras,

verbo nuevo de mujer nueva: SER

ASÍ ACABÓ

MUJER EN MEDIO DEL POLÍGONO

Es una esperanza que se tambalea (va creciendo) por las calles,

trepando humos por las chimeneas del polígono.

Y en medio de tanta bulla de industrias y servicios

esperan tus piernas desnudas de historia,

tu boca tronchada de palabras y signos,

tu cuerpo cansado de no conocer al amante,

tus manos cortadas, vendidas junto con tu lengua

al primero que pase y pague.

Todo espera en una espera de esperas abiertas

Vale el que llegue sin importar su nombre.

Vale el que pague sin importar su cara.

Vale el que pare y pregunte precio para subir a tus lomas,

cimas peladas de abusos, olvidos y nostalgias.

¿Y AHORA QUÉ?

Sobre el roquedal ahora yermo de tus labios,

el agua de mi espera cálida e invencible triunfará

sobre la piedra fría y seca del silencio de mil años

resquebrajados entre los dedos de mi paciencia.

La impaciencia resbala presurosa, más deprisa que el tiempo,

por entre las grietas a medio abrir del deseo incontenible,

por entre los suspiros sin letra y cerrados. Capullos no natos.

por entre las uñas sin pintar de mis manos huérfanas de tu cuerpo.

La paciencia aconseja frenar el ansia impaciente del deseo

desoyendo los gritos que surgen desde el fondo de mi piel.

Gritos que piden a gritos otra piel, tu piel, para sentirse viva

bajo el sudor hermano del mismo goce aplazado.

Rompe la espina de la rosa que no quisiste

ahorrándonos explicaciones del color de los pétalos

abiertos ante dos bocas indecisas entre el grito y el silencio.

Me callo.

Coplillas de las cosas de casa.

Tengo en mi casa mil cosas

de mercadillo marcadas.

Pidiendo dueño y salario.

Pidiendo sitio. Arrobadas.

Tengo un paraguas roto

colgando de la almohada

y un ambientador inútil

que mea vapor de agua.

Tengo tres macetas verdes

con diez flores coloradas

y cuatro ratos perdidos

de deshoras mal regadas.

Tengo una percha torcida

donde cuelgan dudas raras

y varias preguntas rotas

bajo una ceja arqueada.

Pinzas de colgar la ropa,

que sin cuerda no son nada

y un estriptis cada noche

que siempre acaba en pijama.

Tengo un reloj deformado

con agujas como lanzas,

por horas, palotes tiesos

y cuatro pilas por alma.

Tengo un ropero escondido

que hasta mis sudores guarda

junto a un jersey amarillo

y dos voces extraviadas.

Tengo libros desiguales:

unos, con letras bordadas

y otros archivando polvo

y palabras subrayadas.

Tengo una cocina que arde

y guisa razones varias

hechas de sobras de historia

y tiras de ganas

requemadas.

Tengo un pasillo tozudo

largo como una espera,

que digas lo que le digas,

siempre acaba torciendo a la izquierda.

Esta es mi casa,

ni más ni menos que la tuya,

pero yo le canto a esta…

porque es la mía.

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