La esquina Monreal

La esquina Monreal

CR ADRIANNO

09/09/2019

Mamá murió hace dos años. Con su partida me ha quedado un mal sabor de boca. No pude conocerla lo suficiente para poder decir que la amé como se merecía. Conforme yo iba madurando me alejaba por el camino de la vida y solo volvía de vez en cuando al punto de partida para averiguar si todo estaba en orden. Ella siempre estaba bien, no obstante, nunca me percaté de todo lo que tuvo que vivir en su vida hasta el instante en que supe lo complicado que es ser un adulto, un padre, un esposo, un hombre de bien.

Cuando murió, el notario público nos citó a su despacho para hacer lectura del testamento. En resumidas cuentas ella solo heredó a sus tres hijos: mis dos hermanas menores y yo. Todos los demás asistentes solo escucharon el dictamen sin dar reclamaciones. Al terminar la reunión todos se fueron sin demoras pero mis hermanas se quedaron un instante para darme las condolencias- Lo siento hermano, creímos que mamá nos daría todo dividido en partes iguales, pero supongo que vio en nosotras algo que no tienes- dijo la hija del medio mientras me daba una palmadita en el hombro derecho y la hija más chica mostraba una sonrisa burlona. Me quedé meditabundo unos momentos mientras el notario despedía a todos en la puerta de su despacho, en mis manos cargaba una cajita de madera muy vieja que me entregaron minutos atrás. La inscripción en el testamento decía: «Mi tesoro más grande«. Mientras que para las chicas decía: a la del medio «Porque le gusta el dinero» y para la menor «Porque le hará falta el dinero«. A ellas les heredó su cuenta en el banco y la única casa que tenía la cual quedó saldada al morir mi padre. La cuenta en el banco no tenía mucho dinero pero era suficiente para emprender un negocio si se usaba con inteligencia, cosa que dudaba mucho puesto que las conocía muy bien. Sobre la casa, ellas tenían que ponerse de acuerdo para vender o vivir en ella, no obstante uno de los grandes defectos que tenían era nunca llegar a un acuerdo razonable por lo que lo más lógico es que ambas terminarían viviendo en esa casa hasta el final de sus días. En fin que no aprovecharían nada de lo que recibieron. Por fortuna para mí, hace años hablé con mamá sobre este asunto de la herencia, le comenté que nunca estuve interesado en su dinero ni en su casa y que lo mejor de todo es que debía dejárselo a sus bebes ya que lo necesitarían más que yo, sea como sea, aunque ya de adulto mamá siguió apoyándome cuando lo necesitaba, llegó el punto en que pude salir de su manto y valerme por mi mismo.

Por la tarde abrí la caja para enterarme de lo que contenía. Dentro estaba una libreta pequeña en donde mamá escribía sus pensamientos. Un diario. dentro de la cajita había un diario. Corrí la pasta para observar la primera página encontrando algo sumamente increíble, esa primera hoja tenía una fecha que daba hace más de setenta años. Un dato que pasé desapercibido es que la libreta se miraba muy vieja pero conservaba sus hojas en un gran estado. Dentro de la caja también había un bolígrafo el cual solo le quedaba un tanto de tinta. Al fondo de la cajita, una nota en un trozo de papel blanco mal recortado decía: «Dejé unas hojas para ti«. No entendí en ese momento lo que trataba de decir pero cuando empecé a leer el diario lo comprendí totalmente, ella me heredó la historia de su vida escrita por su propia mano para que al fin nos conociéramos enteramente y a la culminación de su historia dejó un espacio para que pudiera completar el final del camino. Ella me dejó algo muy especial, me dejó un camino, una guía para entender su alma, su corazón, su pensamiento. Una herencia magnífica que me permitiría comprender por fin quién era mi madre, y así poder darle el amor que siempre necesitó de su único hijo, porque «nunca es tarde para entregar el amor», esa fue la última frase de su historia, escrita solamente dos días antes de morir.

Un mes después de su muerte, hice todos los preparativos para iniciar un viaje que me tenía muy emocionado. Ella escribió que se convirtió en una viajera a los veinte años, cuando escapó de casa para fugarse con un hombre del cual se había enamorado. Salió de su hogar a las cinco de la mañana cuando aun el alba no llegaba, llevaba consigo una maleta pequeña en la cual cargaba dos cambios de ropa. Caminó hasta la esquina Monreal en la oscuridad de la noche y allí esperó unos minutos bajo la luz amarilla del farol hasta que un mustang shelby del sesenta y siete color rojo pasó por ella. Los siguiente diez años estuvieron cargados de viajes y aventuras bellas y tristes, momentos que jamás olvidaría llevándoselas hasta la tumba. Ella vivió en New York trabajando como mesera; Se enamoró de un canadiense con quien se fue a vivir a Vancouver; Abordó un transatlántico que la llevó a España; vivió en Italia donde aprendió a cocinar la verdadera pizza; trabajó en Francia como modelo desnudo para los artistas inspirándola años más tarde para encontrar su vocación en la pintura; su éxito como artista le dio los recursos necesario para recorrer el África y el oriente; volviendo a su hogar muchos años más tarde en donde se enamoró de un albañil que conoció en la panadería a la que iba por bolillos en su infancia. Aquí aparecimos sus hijos, unos pobres diablos que nunca apreciamos el amor de nuestra madre.

Ahora estoy aquí parado donde ella misma lo hizo, en la esquina Monreal, pensando en todo eso que surgirá de este viaje.

¿Quién seré al final de todo?

¿Podré conocerte al final… mamá?

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