El Sendero de las Avellanas

El Sendero de las Avellanas

Lukic

08/09/2019

Es curioso cómo la vida te lleva por inexplicables derroteros. Situaciones atípicas que jamás pensarías que pudieran acontecer.

En ésas se hallaba Adrián, rumiando la misma idea una y otra vez, como descifrando un laborioso mensaje en código.

Porque no podía ser casualidad, que, Ella, a la que tantos años llevaba persiguiendo en sueños, protagonizara una noticia de aquel diario que Adrián llevaba tiempo sin consultar. La parte clave del artículo rezaba así:

“Las altas instancias de la Consejería de Cultura de la Generalitat asistirán al evento que tendrá lugar el viernes 25 de junio a las 12 del mediodía en la en la casa-museo de Cadaqués del magistral artista catalán Salvador Dalí. Será coordinado por la polifacética artista madrileña Leyre Andrade. Andrade, de 35 años, se encuentra afincada en la localidad gerundense y es la encargada de toda la agenda cultural relacionada con el afamado artista”

¿Leyre Andrade, madrileña de 35 años? Todo cuadraba en primer término. Podía ser ella. Lástima que la sospecha no viniera acompañada de la foto que lo confirmara. ¿Habría cambiado mucho? ¿La reconocería?

Adrián siempre intentó aferrarse a su recuerdo. Veinte años después, todavía paladeaba ese dulce sabor a primer amor que le dejó aquel fascinante verano del 96.

Durante el insoportable estío madrileño, sus caminos convergieron un martes por la mañana. Perenne en la memoria, Adrián todavía dibujaba los recuerdos de ese día con trazos perfectamente definidos, cincelando al milímetro cada detalle.

Cómo sus miradas se cruzaron por primera vez en esa piscina municipal, o esa peca traviesa alojada en su mejilla izquierda, su dentadura casi perfecta con una leve separación entre los incisivos, su bikini añil con el que, solo ella sabía, jugaba a subir y bajar la parte de arriba, bien por coquetería, bien por nerviosismo.

Ese primer amor canicular en esa adolescencia casi llegada por sorpresa, sin manual de instrucciones ni brújula que guiaran en el camino.

Había que indagar en profundidad y certificar que era ella.

No importaba demasiado que él estuviera felizmente casado, que fuera un orgulloso padre de familia y propietario de una bonita casa a las afueras de Berlín.

La vida le debía esta oportunidad por esas noches en vela preguntándose qué habría sido de esa muchacha que apareció en su vida repentinamente para marcharse de ella a la misma velocidad. Una centelleante estrella fugaz, un precioso y efímero hibiscus.

Le faltó tiempo para inventarse una excusa para acudir al evento: trabajo.

Por su posición era algo habitual estar entre terminales. Le gustaba contemplar a la gente e imaginarse sus vidas. Y ahora tocaba Girona.

11.50 del día de marras. Los nervios a flor de piel. Entre tanta multitud no podía vislumbrarla. A primera vista, cada mujer de esa edad podía ser ella. La agenda del día contaba que el evento empezaría con un speech de la Organización.

A las 12, con solemne puntualidad, comenzó el acto. De entre bambalinas, cual aparición mariana, surgió una mujer. Melena castaña, profundos ojos pardos, y sí, una graciosa peca y una leve separación entre los incisivos. Era ella. Solo faltaba que la corroboración saliera de su boca: “Hola y gracias por venir. Me llamo Leyre Andrade”

Media hora más tarde terminó la intro y los espectadores podían contemplar la exposición libremente, con Leyre cerca para atender dudas.

Tenso, sobre todo después del mar de expectativas creadas, se dirigió hacia ella. No sabía muy bien qué decir, no se había preparado esta parte.

  • – Hola, Leyre. Me encanta la exposición, has hecho un gran trabajo. Quería preguntarte si Dalí, mmm, en la época que Dalí se mudó a vivir a Monterey…mmm…
  • – Perdona que te corte pero… ¿te llamas Adrián?
  • – ¡Sí! Soy yo, He venido a verte, te vi en el periódico y no sabía si eras tú.
  • – Jaja, qué bien que después de tantos años te acuerdes de mí.
  • – Jaja, lo mismo digo. Contento de que te acuerdes de mí…
  • – ¡Cierto! Los buenos momentos no se olvidan. Sobre todo un primer beso…
  • Ambos rieron cómplices. Parecía que no hubiera pasado el tiempo. Ahora había que hacer la pregunta. Y Adrián no era de ésos que procrastinaran:
  • – Oye, me gustaría verte estos días. Estaría bien ponernos al día.
  • – ¡Claro! Si quieres cenamos esta noche.
  • – Genial, toma mi número y concretamos.

La cena fue mágica. Parecía que la esencia de ese verano del 96 hubiera quedado macerando en un frasco de perfume todo ese tiempo.

Ella le contó que no se había casado, que había errado mucho intentando encontrar su lugar en el mundo, de forma infructuosa. Él, que consiguió el supuesto pack de felicidad que nos venden, pero que siempre esperaba más o deseaba recuperar lo que había perdido por el camino.

  • – Por cierto, Leyre ¿por qué no contestaste a mis cartas cuando te fuiste a la playa?
  • – ¿Qué? No recibí ninguna carta en Mojácar ¿A a qué dirección?
  • – No sé, calle de las Avellanas o algo así. Pensé que ya no querías seguir viéndome.
  • – ¡No me lo puedo creer! Era esa calle. Cada día miraba el buzón esperando noticias tuyas.
  • – Bueno, son cosas que pasan. Correos no apostaría por nosotros, jaja.
  • – Pues sí! ¿Te imaginas qué hubiera sido de nosotros si me hubieran llegado?
  • – Jaja, quién sabe. Éramos unos niños, quizás solo fue ese «sueño de una noche de verano». Pero no sé.. ¿Qué hemos hecho todo este tiempo?
  • – Mmmmm, quizás solo jugar a ser mayores.
  • – ¿Y lo hemos conseguido?

Ella, mirando al horizonte, le miró y contestó:

– Estamos en ello, Adri…pero no esta noche. Esta noche…tan solo juguemos…

Se miraron con los ojos vidriados ante una manta de fulgurantes estrellas, que contemplaban expectantes esta historia de amor frustrado.

¿Lo que pasó ese fin de semana?

Quizás viajaron a un tiempo mejor, quizás volvieran a esa piscina en el 96, y sí, quizás esta vez al final del verano hubiera una carta en el buzón de la calle de las Avellanas.

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