Se parece mucho, pero no puede ser él. No puede estar en una pequeña terraza en la calle Dušní, tan cerca de la estatua con su nombre. Pero… es idéntico. No puede ser. Tiene que ser una casualidad muy grande y además no debo de ser el único que se haya dado cuenta. El parecido es inquietante. ¡Joder! ¡qué pasada! Espero que no se dé cuenta de que lo estoy mirando. ¡Madre mía! Tiene los mismos rasgos angulosos y…
—Dobrý den —me saluda en checo.
Seguramente se me habrá notado mucho que lo miraba y me he puesto muy nervioso, e incluso rojo, siempre me pongo rojo con los nervios. Le sonrío.— Dobrý den, no česky.
—Deutsch?
—Ein biscchen, aber nicht gut. Englisch oder Spanisch?— le respondo.
—Gut. Wir können es auf Englisch versuchen— a la misma vez que me habla mueve su silla y la coloca más cerca de mí. Ya estaba bastante cerca, no era una terraza muy grande, pero, al acomodarse, nos podemos ver ambos mejor. Lleva un traje con corbata muy antiguo. ¿Lleva maquillaje? Lleva maquillaje. ¿Couturing? Este le delimita muy bien las facciones, se las marca aún más. El parecido es exacto, muy logrado. El conjunto le da una estética de foto antigua, de luces y sombras. ¿Será un actor?
—¿Le gusta Praga?— me pregunta en un inglés con un acento tropezado, similar al mío.
—¡Claro! Es muy bonita. Me gustan los edificios que hay. Tengo muchas fotos de las fachadas— no sé cómo se dice fachada y digo la palabra en español— de los edificios.
Él me mira encantado, con los ojos bien abiertos.— Nada es igual que antes. Todo ha cambiado. La ciudad ha cambiado, pero la gente aún más—.
Tendrá unos treinta años. El maquillaje es el que le envejece, le pone arrugas donde no las tiene, como líneas finamente pintadas que claramente no son suyas, o, al menos, de momento.
—¿Qué hace en Praga? ¿Es turista?
—Sí, bueno, más o menos. Trabajo en un periódico digital, no gran cosa, pero tengo un perfil en internet donde hablo de mis viajes, subo fotos,… como una guía de viajes virtual.
—Perdón, no le entiendo nada de lo que me dice—cuando habla en inglés introduce palabras del alemán.
En silencio, alzo mi cuerpo de la silla. No sé si me estará vacilando, pero parece bastante serio. Le aclaro— Es una red social, pero solo con fotos y algo de texto. Seguro que habrá oído hablar de alguna.
—¿Red social? —me pregunta con los ojos bien abiertos, confuso.
—¿Ha estado en una cueva todos estos años? ¿No tiene teléfono móvil? —le pregunto con ironía. Él gira la cabeza sin entender nada. Sus ojos hablan por él. Si es un actor lo está haciendo muy bien. Venga, me armo de valor y se lo pregunto— ¿Es usted actor?
—No, no. Trabajo en una compañía de seguros, pero me gustaría ser escritor. O sea, me gustaría dedicarme únicamente a la escritura.
—Disculpe, ¿esto es una broma de la tele o algo? Usted se parece mucho a Kafka.
—¿Perdón?
—No… nada… solo…
—Mi nombre es Frank Kafka —lo dice seguro, mirándome fijamente. Si es un actor, es muy bueno.
—Perdón, pero lleva muerto hace años. —incrédulo.
—¿Está seguro? —haciéndome un gesto con la cabeza, invitándome a hablar.
—Sí, mire, un poco más allá hay una estatua suya, de él, o de usted, subido a un traje. Hay también un escarabajo, en honor a su obra más famosa.
—Entonces muy muerto no estoy. Si toda esa gente mira mi estatua es porque, de alguna forma, sigo aquí.
—Kafka no hablaba inglés—le recrimino.
—¿Lo conoció usted?
—No— bastante serio—. ¿Es una broma esto?
—No. Usted me miraba mientras tomaba mi café. Me he acercado por curiosidad. ¿Me miraba usted?
—Sí —confieso—. Se parece usted mucho. ¿Hace siempre esto en la calle?
—¿El qué?
—Imitar a escritores. Lo digo porque podría sacarle una foto y ponerla en mis redes sociales. Ahora mismo no tengo muchos seguidores, pero estoy seguro de que, cuando sea famoso, le vendrá bien para su trabajo. A la larga los dos saldremos ganando.
—Sigo sin entenderlo del todo, pero supongo que quiere hacerse famoso y que no le gusta el trabajo en el que está. Debe ser duro, ¿no? —me pregunta. Su inglés ha mejorado, no hay tantas palabras en alemán—.
—No, bueno… En realidad, sí. —confieso otra vez—. Antes dedicarse a estas cosas era más fácil. Aunque, bueno, usted murió sin publicar nada— sigo pensando que es un actor pero me dejo seducir por la situación y entro en su juego—. Tuvo que ser duro: morir sin publicar.
—¿Me morí sin publicar nada? Primera noticia que tengo— lo dice con la voz abatida, la cara blanca y bastante disgustado—. No sé si es algún tipo de broma pero me entristece…
—No era mi intención, pero así pasó, o pasará. Morirá antes de que haya uno de los mayores genocidios de la historia. Su familia morirá. —no sé qué me pasa en la boca, pero no puedo parar—. Habrá una guerra, peor que la anterior, mucho peor—.
—¿Cómo se atreve! Parecía interesante y lo que ha conseguido es disgustarme. No sé si creerle. Además, ¿de qué vale todo lo que he escrito si moriré antes de que nadie lo lea?
—No, perdone, claro que vale. Mucha gente le lee.
—¿Y el reconocimiento en vida? ¿A usted eso no le importa?
—Sí, claro.
—¿Por qué?
—Porque así puedo decir libremente que soy esa profesión.
—Pero si usted tiene claro lo que es y lo que hace por qué necesita ese reconocimiento. ¿Cambia algo que lo sepa el resto? —se levanta— ¿Deja usted de serlo? ¿Necesita realmente la consideración de los otros para ser lo que sabe usted que ya es?
Se gira y me quedo mirándolo sin decir nada, asombrado. Su traje deja olor a añejo en el ambiente. Desaparece entre turistas, sin girar siquiera la cabeza para despedirse.
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