Era el día indicado para que Carlos se perdiera definitivamente en el bosque. Viajó más de diez mil kilómetros para extraviarse en la huella andina, sin frenos el pasado parecía cerrarse detrás del camino que recorría. Mochila de treinta litros, en la que cargaba una chaqueta impermeable y una vianda para el camino.

Un botellón de agua colgando, guantes y bastones de trekking en cada mano. Su vestimenta acorde a la exigencia del terreno tenía.

Muy bien preparado iba Carlos a perderse y sin saberlo.

Su patria quedó tras la contra cara de su historia, su familia reducida a una foto en la billetera y sus sueños, en el reverso de su próxima experiencia preferida.

En aquella mañana de baja temperatura el transporte lo dejo en el kilómetro indicado para incursionar en el territorio Mapuche.

Faltó solo dejar detrás los primeros tres carteles en los primeros dos kilómetros para que los cipreses, coihues, maitenes y lengas se unificaran entre los ciruelillos, los ñires y las araucarias. Aquel bosque lo fue atrapando lentamente, robando de él la orientación entre las verdes sombras y el canto hipnótico de la fauna.

Carlos seguía su ritmo constante, el sendero era su guía. No recordaba su pertenencia, simplemente no lo recordaba y no se detenía.

El tiempo pasó, tal vez fueron años, días, o minutos y el bosque le era tan familiar que ya no lo sentía especial. Olvidó que había llegado y solo vivía en el lugar.

El gran lago azul debajo del risco era su única anomalía. Tan amplio el espacio, inmensidad desconocida, siluetas montañosas tan libres, como su alma perdida.

Al pasar la roca que en incontables veces había rodeado, Carlos se encontró frente a mí, iba con la cabeza gacha, muy atento al paso y pisada. Al verme, se dilataron sus pupilas azules para entender el momento.

Quedó callado frente a mi en el gran bosque patagónico. Luego de saludarlo le pregunté qué tal estaba, contestó estar algo cansado ya, mientras cruzaba los bastones de trekking y tomaba un sorbo de agua. Había gotas de sudor en su rostro, que bien adornaban sus ganas.

Con una sonrisa me dijo, que hacía mucho tiempo que estaba caminando, sin encontrar la salida. Así Carlos me señaló mirando el sendero por donde venía, le respondí que detrás mío estába el camino que lo rescataría a la otra vida, aquella de la que venimos a perdernos de vez en cuando algún día.

Carlos siguió sin referencias en los senderos y yo juntando historias en la huella andina.

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