Un grupo de turistas se divertía conociendo nuevos lugares. En una oportunidad, viajaron a un pueblo, pero al llegar al lugar tuvieron que flexibilizar la agenda minuciosa que habían planeado, pues los aldeanos tenían un ritmo de vida muy pausado.

El solo hecho de pedir un desayuno les había tomado una eternidad, como si los ingredientes de su pedido tuvieron que ser cosechados. Igual les había pasado al rentar un carro; quedaron de entregarlo a las siete de la mañana y finalmente se los entregaron tres horas más tarde.

Estas situaciones los habían incomodado, no solo por el incumplimiento del horario, sino por la demora y lentitud con los que la gente de la aldea hacía las cosas. El grupo tildó a la población de impuntal y perezosa y se mofaban de un letrero que aparecía por todad partes: “cerramos de 5:00 a 5:30 de la tarde, sin excepción”. “Cómo si fueran a cumplir con algo tan insignificante”.

Pero a medida que recorrieron sus caminos y calles y tomaron fotos a cada fachada colorida y pintoresca, se fueron olvidando del tiempo y empezaron a disfrutar de los pequeños detalles que iban descubriendo en su paseo.

Después del mediodía, con el sol en sus espaldas, se dispusieron a almorzar unas truchas acompañadas con unas buenas cervezas. La plática los fue envolviendo y lograron concluir que era el paraje más hermoso que habían visitado y que, de alguna manera, lo vivido al iniciar la mañana era parte de ese paisaje. Decidieron que para un futuro viaje deberían ser menos rígidos en relación al tiempo, no vivir pendientes del reloj y simplemente disfrutar.

La calle colorida por alegres mercancías invitaba a los transeúntes a gozar de una gran variedad de productos artesanales y textiles. El grupo decidió hacer unas últimas compras, pero en un santiamén vieron cómo los almecenes cerraban a toda prisa y parecía que la gente corría a esconderse.

El grupo miró el reloj y eran las cinco en punto. La calle quedó desierta y solo quedaron ellos en medio de un silencio absoluto sin saber qué rumbo tomar. Decidieron caminar tranquilamente hacia la plaza cuando escucharon un zumbido y al voltear a ver de donde provenía el ruido, apareció una nube de zancudos en el lugar.

Era tan grande el enjambre que la calle se oscureció y el grupo de turistas asustados por la escena bíblica que tenían ante sus ojos, corrieron tratando de escapar pero el enjambre avanzaba tan rápido que pronto los alcanzó.

Los turistas intentaron taparse con lo que pudieron, hacer cuanta maniobra se les ocurría para evitar a los zancudos, pero todo fue infructouso. Los zancudos se metían por cualquier agujero y uno que otro picaba.

Después de media hora de forcejear inútilmente, la nube terminó de pasar. Los turistas aterrados por la experiencia se quitaron de encima algunos insectos que se habían colado en la ropa, la cabeza, las orejas y hasta en la boca. Se sacudían sin parar mientras veían cómo la calle de nuevo recuperaba vida, se abrían ventanas, puertas y todo volvía a funcionar normalmante.

Cuando ya recuperaron sus fuerzas, entraron a un almacén y preguntaron sobre lo sucedido. El vendedor les indicó que la nube de zancudos pasaba todos los días a las cinco en punto, pero que desafortunamente los turistas hacían caso omiso al llamado debido a su impuntualidad.

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