Sorpresa
4:30pm.
-¡Hola!-.
-Tenemos un problema.
-¿Qué pasa Alexander?
-Marie esta con la policía.
-¿Con quién?-.
-La policía-.
-¿Qué hizo?-
-No lo sé. No me quisieron decir. Solamente me llamaron y dijeronque tengo que ir a recogerla.
-¿A dónde?-.
-A la oficina de la policía que está en la Rué de Rivoli, cerca del Museo del Louvre.
-Voy para allá-.
5:00 pm.
El tráfico es infernal. Por más que trato de avanzar es imposible. La desesperación y el enojo comienzan a apoderarse de mí. ¿Qué nueva locura se le habrá ocurrido? No es posible que sigamos así. Después de esto no quiero saber nada más de ella. De pronto suena el teléfono:
– ¿Diga?-.
-¿En dónde estas?-.
-Atrapada en el tráfico Alexander. Está casi parado. No logro avanzar. ¿Tú ya llegaste? -.
-No, pero no estoy lejos. Estaciónalo en cualquier calle y vente en el metro, llegaras más pronto.
-Buena idea, eso voy a hacer -.
Doy vuelta en la primera calle que encuentro y estaciono el coche. Me apresuro a bajar y corro hacia la estación más próxima del metro.
5:30 pm.
Aunque el metro normalmente va rápido hoy va despacio.¿Será que es la hora de salida del trabajo? ¿Estará también congestionado el tráfico subterráneo? No hay contestación a mis preguntas, solamente sé que el tren va despacio y que la obscuridad nos rodea. La luz del vagón es lo único que nos alumbra. Un señor amablemente me cede el asiento, cierro los ojos y pienso: ¿Qué habrá hecho ahora? ¿Se habrá robado algo para llamar la atención? ¿Qué hace en París? ¿Cuándo llegó? Se supone que estaba viviendo en Marsella. Tengo tres años sin verla y ahora esto. A menos que haya matado a alguien la tenemos que dejar ahí. Tiene que tocar fondo. Debe entender que sus locas decisiones tienen consecuencias. Siempre tiene que ser su voluntad. Ya no es una niña. No voy a recibirla en mi casa. Es tan conflictiva, lo único que haré es comprarle un boleto de regreso a Marsella o a donde ella quiera. Esto tiene que terminar. De pronto, recuerdo que tengo que llamar a Marsella para hablar con su novio. Él debe saber que pasa. El tren sigue avanzando despacio.
5:35 pm.
– ¡Hola! ¿Maurice? -.
– ¡Sí! ¿Cómo estás? ¿Qué milagro? -.
– Siento que mi llamada sea para darte una mala noticia.
– ¿Qué pasa? -.
-Tu novia está en la estación de policía aquí en París.
– ¿Qué? ¿Dónde? ¿Qué hizo? -.
– No lo sé. Voy en camino a la Gendarmería para ver de qué se trata. ¿Tú sabías que ella estaba en París?
– No. Hace dos días tuvimos una pelea por lo de siempre, dinero, y me fui de la casa. Pensaba llamarla para contentarla, pero por lo que me dices ya tomó otra decisión. Voy a ir al departamento para ver si se llevó todo o solamente su ropa. ¿Por favor cuándo sepas algo llámame?
– Claro. Yo te llamo más tarde. Adiós-.
Cuelgo el teléfono y me percato que casi llegamos a la estación de Rué de Rivoli en donde debo bajarme. Me levanto y comienzo a abrirme paso entre la gente. Un fuerte olor a sudor y perfume contamina el ambiente y respirar se hace difícil. Mientras espero cerca de la puerta a que esta se abra, muchos recuerdos y sentimientos se mezclanen mi cabeza. Me acuerdo, con nostalgia, cuando era pequeña y todos la consentíamos. Era tan fácil quererla. Con aquel pelo rojo y tez blanquísima, su carita redonda, ojos color miel con largas pestañas, la boquita de muñeca de porcelana y esa nariz de pellizco. ¿Qué pasó con ella? ¿Por qué cambió tanto? Nunca terminaba las cosas. Dejó dos carreras. Una a los tres años y de la otra nunca se recibió. Luego aquel matrimonio precipitado que terminó en un difícil divorcio sin hijos. Siempre le dolía algo o una nueva enfermedad le aquejaba. Dormía de día y las noches las pasaba enganchada en la computadora buscando amigos o en redes sociales enterándose sobre la vida de los demás en lugar de vivir la propia. Creo que nunca superó la muerte de nuestros padres.
6:00 pm.
Por fin el tren se para. La puerta se abre y aunque con dificultad, pues numerosas personas quieren entrar, logro salir. Camino por el largo pasillo hacia la salida cuando veo a Adrián que con la mano levantada trata de llamar mi atención. Salimos juntos de la estación y una avalancha de turistas chinos, con cámara en mano y muy sonrientes nos obligan a cruzar la calle. “París la ciudad más visitada del mundo”. Volteo para verlos y me dan envidia. Se ven tan felices.
6:15 pm.
Por fin llegamos a las oficinas de la Gendarmería. Es un edificio grande de estilo Luis XIV en donde alguna vez estuvo prisionera la Reina María Antonieta durante la revolución. Un gendarme nos saluda y abre amablemente la puerta. Nos dirigimos a la oficina del Capitán de Guardia y antes de entrar me encuentro con Alexander que con expresión de alivio me ve llegar. Después de intercambiar algunas palabras de saludo me indica que tenemos que pasar a la oficina pues ya nos están esperando. Al entrar apreciamos una oficina moderna, con escritorios, computadoras, reproducciones de cuadros de pintores que reconozco y lo más sorprendente, flores en cada escritorio. Algo que no esperas en una oficina de la Gendarmería. Un abogado nos pide, amablemente, que nos sentemos. Nos ofrece algo de tomar. Agradecemos la atención y este gesto me hace sentir más cómoda y menos intimidada por el lugar.
– ¿Qué es de usted la señora Marie? -.
– Mi hermana -.
– ¿Tiene con que identificarse? -.
– Por supuesto, aquí está mi carnet -.
– Muy bien. Aquí tenemos a su hermana desde hoy en la mañana.
– ¿Sí? ¿Por qué la tienen detenida? ¿Qué hizo?
– Se suicidó…
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