LA MUERTE VIVE AL NORTE

Mañana fría de invierno.

Madrugada y encuentro con iguales desconocidos, 500 kilómetros de incertidumbre nos esperan.

Se designan los lugares

y se emprende viaje al norte.

Parada en Cutral Có, ciudad del petróleo, cuna de la pueblada, capital del piquete y de ilusiones perdidas en el tiempo de quienes venían al sur buscando la salvación en el oro negro. Viento helado que invita a seguir. Continuamos el itinerario y nos cruza Zapala, el centro de la provincia que se vistió con su mejor vestido blanco solo para vernos pasar.

En el camino, Las Lajas disimulando nos confunde como queriendo engañar a un viajero novato. Pero compañeros notan nuestra ausencia, nos ubican y guían para continuar a destino.

Un par de horas y allí emerge imponente el monumento al viento. Moderno e inmutable observa a turistas y lugareños llegar, emigrar, o simplemente pasar sin prestarle atención a su magestuosa presencia.

Y allí estaba, a la espera, en silencio. Dormida y entumecida por la lluvia helada de un cielo entristecido que no para de llorar.

Caminar por las calles de Chos Malal invita a recordar el pueblo en que uno vivió su infancia.

Y cuando el día se duerme, reunión de camaradas.

Perfectos desconocidos con historias y anécdotas que los años forjaron lazos de hermandad, héroes e ilustres. Como no aprender de esos guardianes azules que recorren la provincia con solo una misión: servir al prójimo.

Un mate desinhibe hasta a los más duros hombres y mujeres que nunca dejaran escapar a su querida policía.

Y entonces reviven historias trágicas dignas de una película de acción pero que sus veracidades integran la historia de cada una de estas personas y te dan más ganas de vivir.

Y entonces me alejo un poco, los observo en silencio y comprendo que la muerte acecha y engaña; pero me siento seguro; porque entiendo que la muerte vive al norte pero mucho más al norte, sola, triste y abandonada.

Muguete

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