Me levanté muy pronto a pesar de haber sido una noche de perros. ¡Los mosquitos y el intenso calor de aquellos lugares! mientras, en la habitación el bochornoso calor, sólo en el techo un viejo ventilador de aspas hacía un servicio inútil.

Me encontraba en un mar de confusiones, por un momento me arrepentí de viajar aquel país, Guatemala.

Fernando mi hermano cuando terminó la carrera de Antropología, se trasladó a vivir allí. Le fascinaba aquel mundo. Pertenecía a una ONG el cual es uno de los países más ricos y diversos de América Central, aunque los niveles de desigualdad son tan grandes que excluyen a la mayoría de la población indígena, sobre todo a las mujeres. Más de dos tercios de las niñas indígenas sufren desnutrición crónica y los índices de analfabetismo y mortalidad infantil está entre los más altos del continente.

Esta condición se agudiza por el impacto recurrente de desastres naturales y la inexistencia de medidas para que las comunidades más vulnerables se puedan prevenir y mitigar sus impactos.

La exclusión que padece la población indígena es historia y se expresa en la falta de acceso a la producción, a la justicia, a la participación política y a la tierra.

Yo había terminado la carrera de Biología. Convivir con gente de diferentes razas, costumbres era toda una experiencia.

Sigo contando, me di un baño con agua fría para despejarme y seguidamente una de las frutas del frutero fue mi único desayuno.

Subí al todoterreno que había alquilado al llegar allí, mientras mi hermano me esperaba en el campamento donde se alojaba.

Unos treinta km me separaban del lugar, el trayecto era muy atractivo, no me quise perder la belleza que iba contemplando a lo lejos, la gran fauna: cebras, elefantes, leones, haciendo uso de la cámara fotográfica. ¡Una maravilla!

El trayecto se me hizo corto, me iba acercando, ya divisaba los tejados de las cabañas, hechos con troncos de árboles y brezo. Allí por supuesto desconocían la construcción de viviendas de ladrillos.

Al llegar y al bajar del vehículo se acercaron cuatro indígenas, eran totalmente diferentes a nosotros. De pecho descubierto y ropa confeccionada con pieles de animales cubrían sus vergüenzas. Sus rostros cubiertos con trazos de pintura de varios colores imponían respeto verlos de cerca.

Acto seguido me hicieron una especie de saludo y me señalaron donde debía de ir. Al fondo en una de las cabañas junto a la entrada,estaba mi hermano esperándome.

Después de los saludos correspondientes y entablar una pequeña conversación con él, desplegó un gran mapa enseñándome los lugares que tenía en proyecto. Él se entregaba en cuerpo y alma.

Antes de partir me indicó que tenía de hacerme también unas pintadas en la cara cómo el resto. La pintura era un protector para las picaduras de algunos insectos muy agresivos.

Han transcurrido nueve años desde aquel día. He experimentado tanto y he aprendido de aquella gente a valorar las pequeñas cosas. Sólo puedo decir que me siento satisfecho de haber colaborado haciendo de esos pueblos más ricos, introduciendo programas para fomentar la cultura y mejor calidad de vida.

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