Regresé al norte, Piura después de seis meses. He estado viviendo entre Lima y Piura estos tres últimos años.
La ciudad del eterno calor, de las gentes cálidas , de la comida mas deliciosa del continente, quizás del mundo. La ciudad donde nací y donde llevé mis primeros estudios. La ciudad que palpita cada acontecer cotidiano como si fuera el último.
Recuerdo pasar por el desierto previo a la ciudad, en silencio, en el bus Ormeño. Diesiceis largas horas de viaje separaban Lima capital de la acogedora Piura.
Cuando llegué encontré a la gente riendo, algo desconfiada del «nuevo forastero» , mas en el fondo igual de amigable y dicharachera.
El mercado lleno de verduleros y fruteros, de paperos y polleros me saludaba en su cotidiano caos.
El Sol pegaba en la cara y el cielo despejado me decía que había vuelto a la ciudad de mi adultez.
Llamé a mis amigos y el día que llegué fue el cumpleaños de mi madre Elizabeth, por lo que festejaríamos en una hacienda en la perdería de la ciudad.
Los algarrobos y los tamarindos se mecían con el tiempo. Lorena, mi hermana menor llegó con Ximena y Tatiana, mi prima , y mi tío Gustavo, hermano de mi madre. La hacienda era de la cuñada de mi madre , Pilar, que nos recibió con los brazos abiertos, llevaba un vestido blanco , con un cinturón ceñido a la cintura. Adentro estaban mis tíos.
Bebimos y comimos y mi madre y Lorena se tomaron fotos, yo hice de fotógrafo y ninguna de las fotos las hacía felices, rara experiencia. Había mucha vegetación y un silencio ancestral. Luego de almorzar y ya bebidos, Lorena cantó una balada, y yo bailé con mi madre y mi abuela un tango.
Fuimos felices entre las risas de los familiares, de volvernos a ver. Mi tía Sonia , mi tío Carlos y mi tía Maria Rosalinda mas conocida como «Auri» festejaban aplaudiendo cada baile.
La sombra que daban los arboles y la fauna del lugar , creaba un ambiente fresco , revoloteaban los pajarillos y las abejas por el corral de los gansos allá al fondo.
Dieron las seis y volvimos a mi casa. Al siguiente día visitamos la playa Máncora, a unas horas de la ciudad. El aire fresco de la mañana y el Sol plañidero daban una sensación de libertad en el ambiente.
Las pistas rodeada de sembríos de arroz, los autos y los burros eran parte de la escena natural del viaje.
Mi tío Arturo, médico anestesiologo de profesión , era el mando al timón de la camioneta , mis abuelos y Pilar, íbamos al lado, conversando sobre mi libro de poemas y sobre la vida en Piura.
Pasamos algunas garitas de control, era medio día, y llegamos a Vichayito, un complejo de casas, hoteles y restaurantes y nos instalamos en un hotel «El Pedregal» se llamaba, almorzamos , las palmeras y cocos nos daban la bienvenida. Teníamos la certeza que se podía ser feliz, inmensamente feliz en ese lugar. Máncora, lugar donde tantas parejas se habían jurado amor eterno, donde visitantes de todo el mundo se habían sobrecogido a sus atardeceres y ahora nosotros caminábamos por sus finas arenas y nos tomábamos una foto por aquí, otra foto por allá, y caminábamos por largas trochas , kilómetros , y las aguas nos mojaban los pies y el cielo despejado se iba oscureciendo con la puesta de Sol.
En la noche , fuimos a un restaurant en el boulevard de la ciudad, había mucho ecuatoriano, venezolano y argentino , turistas y mendigos merodeando la zona. Entramos a un restaurant ecuatoriano, la comida no me gustó y me pareció un poco cara. Y además no aceptaban targeta . Luego de cenar, conversando sobre la vida en Máncora y como había cambiado, fuimos a caminar por los puestos de chucherías , donde vendían desde libros hasta películas piratas.
Al siguiente día, desayunamos huevos revueltos, café y pan mancorino , una delicia. Yo me metí en la piscina , el agua estaba fría , que importaba. Me puse a pensar si me quedaría en Piura unas semanas, unos meses o unos años. La mitad de mis amigos se habían asentado en Lima, habían hecho familia y tenían trabajos estables. Yo me había enamorado cinco veces, las cinco un fracaso, estaba sin trabajo y con apenas un libro publicado. Los años pasaban como las olas pasaban en el mar, sentía una nostalgia muy sutil, como si hubiera vivido varias vidas. Todo dependía de mi, de lo que produjera de ahí en adelante, el agua me daba hasta el pecho, mis abuelos, Pilar y mi tío Arturo conversaban allá arriba. Me provocó un cigarrillo, fui a mi cuarto y Prendí uno. El maldito vicio del tabaco no me hacía nada bien. Uno , por restarme dinero y dos, por mermarme la salúd.
Pasaron los días y ya en la ciudad, en las mañanas salía a vender jugos y en las tardes escribía. Llevaba escrita un cuento de ciencia ficción, una novela inédita y ahora avanzaba una novela de tinte político. Un buen día de Agosto , mi tío Arturo -de quien heredé su biblioteca- me dijo que había llegado una Feria del Libro a Piura. Fui con mi madre, caminamos hasta el mercado y luego tomamos una mototaxi, que nos llevó a través del mercado, un viaje de diez minutos hasta el Real Plaza. Ya ahí , busqué «La Odisea» y «Planeta de los Simios» , pero nada. No tenían , al final y por descarte compré «La Peste» de Camus. Ahora por las noches leo una noche «El Padrino III» y unos cuentos de Cortazar y otra noche «La Peste» y «La Nausea» de Sartre.
Me apasiona la literatura, tanto como Piura. Sus mujeres, mis amigos y la gente que esté por conocer. Esta ciudad tiene muchos secretos por conocer. Depende de mi develarlos y develar también mi talento para las letras. Espero que sea pronto .
Saludos.
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