El reloj anda lento.
En mi habitación,
humo amarillo y espeso
que del sol se ha desprendido
Sobre mi suelo.
Mi rostro bajo
y mi cuerpo reposado,
frío.
Espero,
hasta que la luna se asome
y me levante en su cuna
con hilos desenlazados y desprolijos.
Mi piel se llena de surcos,
abismos de fracasos arrojan cataratas
inundan los vacíos de un corazón arrugado.
Los suspiros que construyeron casas por el aire
de aliento en aliento
reposan en lo efímero
que es la estancia de este huerto.
El humo ahora habita en mi interior,
derritiendo las luces
que iluminaban caminos empedrados
hasta las bocas que gritaban en silencio
de terrenos ajenos.
Temblores que olvidan
lo que ayer se plantó y hoy se marchita
sobre el pantano desolado.
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