Cuando Casilda se sentía prisionera del control, se curaba imaginando el viaje de sus sueños. Entonces, observaba los colores de la vida, el aroma de las flores, ese paisaje encrespado en las alturas y despegando las alas, invitaba a los duendes a soñar a su lado.

Casilda acudía todas las tardes a un lugar mágico. Cerraba los ojos y viajaba donde quería; unos días iba en bicicleta, otros lo hacía en tren acompañada de Isa y Felipe.

¡Mañana…lo hará en coche y le acompañará su padre!

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