El final del verano

El final del verano

Gloria GM

16/08/2019

¡Vamos a ponerle un beso… pero de verdad!- Le soltó Nena con una sonrisa que iluminaba la habitación.

¿Cómo que de verdad, que quieres decir?-Preguntó Gabriela suspicaz.

¡Dame!- Nena le arrebató la carta que sostenía y tomando un pintalabios de la mesa, se lo pasó por su carnosa boca y se acercó la carta hasta ella. Después se la enseñó a Gabriela, que comenzó a reír y a continuación imitó a su amiga.

-¡ Y ahora le voy a poner que a ver si acierta cuál es el mío!- Le dijo entusiasta a Nena.

Veinte años y un gran amor era lo que tenía Gabriela, un gran amor de una sola dirección, pero ella, aunque lo veía tenía la esperanza de que la situación cambiara, que él se daría cuenta que ella era también su gran amor.

Él le había dicho el día que se conocieron, después de haberse contado sus vidas, cortas por cierto pero que ellos creían intensas, que los dos necesitaban mucho cariño, y Gabriela, ilusionada, pensó que eso era toda una declaración. ¡Pobre pequeña ingenua!

Ella, tímida y acomplejada, se había abierto mucho más de lo habitual y una tarde después de hacer ¿el amor? Le había dicho ¡Te quiero! Y él con una mirada asustada le contestó ¡No puedes quererme, no quiero hacerte daño! ¡ Estúpido, ya se lo había hecho!

Entonces Gabriela se replegó y volvió a sacar su carácter retraído y sus silencios ¡Eres una piedra muda! Le recriminaba él, cuando ella callaba lo que pensaba, lo que sentía.

Por eso , esa tarde, en aquel pueblecito costero donde las dos chicas habían ido de vacaciones, después de plantar sus besos en la carta, Gabriela pensó que él la contestaría y le diría que él reconocería sus labios en cualquier situación porque eran los más dulces que había probado… O alguna tontería así que demostraría que la amaba.

Pero la respuesta nunca llegó.

Cuando volvió a la ciudad, casi terminando el verano y le llamó, él quiso que quedarán aquella misma tarde y así lo hicieron. Gabriela se tragó sus nervios y su febrícula, algo habitual cuando tenían una cita.

Las resecas praderas del Retiro fueron testigos silenciosos de su pasión, y mientras se comían a besos, Gabriela pensaba que así no besaban los amigos, y si no era su amigo ¿Que coño era?

Cuando se despidieron al caer la tarde, él pensó que sería hasta pronto, pero Gabriela sabía que sería para siempre.

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