Canto una pena
Canto una pena al viento
que con cabellos lustrados me ata la voz,
para que calle y no diga lo que no se quiere llevar,
aquello que si desparrama no vuelve
ni aunque se condense de frío y caiga.
Disfrazo de canto el llanto
porque es más liviano soltarlo así;
como pandorga escala líneas de silencios
y toca con la nariz el cielo
queriendo con un beso volver a existir.
Un beso es lo que no fue.
De lejos un adiós de miradas cruzadas sin piel.
Frías tus manos la última vez.
Sombríos mis sueños.
Los azahares marchitos de noviembre
se caen al suelo y te riegan.
Naranja y cítrico me trago el ocaso
de esa tarde de tu ida presurosa,
y por eso canto al viento con amargura,
que se lleve igual mi plegaria
y me devuelva alguna vez tu risa,
como un eco aislado,
como un relámpago de memoria.
Canto un te amo mudo, sincero.
Por primera vez, tarde, te amo.
Y va con luz, de faro, de sirena, de estrella,
para que lo sigas,
si acaso puedes ver, o sentir, o seguir.
Sos algo menos que un sueño
y más que un pensamiento,
no llegas a fantasma
y estás más vivo que el recuerdo.
Para vos las respuestas,
aunque ya no tengas preguntas;
para mí tus apuestas,
aunque ya no tengas fortuna.
Sos la sombra en un julio de sol,
un viaje en otoño de lluvias.
Como el poniente,
vacía y rojiza tu pasión.
¡Qué amor!
¡Qué dichas!
¡Qué penurias!
Te escribo en hojas otoñales
y te vas con la ventisca del sur.
No te hastíes.
No te vueles.
Llégate un día por aquí,
con tu perfume de maderas,
con tu marea turbulenta,
con tu oscura novela sin fin.
Y sobreviene el tiempo, pesado, espeso,
ligero de ropas, descalzo;
y bailo la danza de su verano,
y como río sigo su cauce.
Que el viento te cuente que ahí voy,
sin prisa, haciendo acopio de tu siembra,
juntando felicidades para cantarte al fin sin pena.
—
Bien abajo
Bien abajo te he enterrado,
bajo mis suelas.
Te camino porque marcho sobre tus palabras;
sin querer me tiraste un sendero
oscuro como tus ojos.
Tu sombra proyectada de cóndor de las alturas,
abajo yo.
En verdad vos me enterraste.
La condena perpetua de un amor desprolijo,
sinuoso, con cavidades negras
como boca de lobo.
Aún me suda la piel por tu humedad,
aún se entumecen mis manos
de tanto anudar caricias presas.
Bien abajo te he enterrado,
lo puedes saber con mi silencio
aunque sé, oyes el grito de tu nombre.
Todas tus letras llevan acento y pesan.
Me agobia tu sonido,
mi liviandad sobre tu cuerpo.
Es verdad, vos me enterraste.
Pero soy semilla y soy Lapacho en flor.
Abajo estás y me llamas sugerente a tu tierra,
ya no,
ahora no,
tal vez después,
cuando me uses para hacer tu nido,
quizás… si me pidieras dejar tu huella.
—-
El tablero de tu vida
Hoy te veo lenta.
Como en un eclipse de sol
la sombra va colándose en tus cuencas,
en tus surcos de caminos resembrados.
Tus manos se ciñen en un puño,
y la llama iridiscente de tu espíritu te cubre
aún cuando un brote fue segado en tu regazo.
Madre de muchos hijos, tus estrellas,
con piel quebradiza de hoja en otoño
que transparenta los años que hoy te habitan,
das cobija con treguas,
con tu pecho acompasado,
que es faro, que es guía.
Cuando la noche de la verdad nos paraliza,
siempre abierto tu cofre rebosante de presentes:
puntadas de sueños, bufandas tejidas,
abrigos ligeros de consejos zurcidos;
el asombro de tus ojos al mirarnos como recién llegados,
cuando hace años que estamos;
los ombligos renegridos envueltos en gasa
para que el viento no nos lleve
y encontremos de vuelta el camino a casa.
Una alianza reluce en oro en tus manos blancas
inmaculadas de harina, leche y lejía,
férreas de anudar las cobardías,
y esculpir los ásperos ardides de la vida.
Ya no es mía esta cara, te oí decir,
porque el reflejo no hace justicia
a la mujer que hay detrás.
Reina con trono de mimbre
te abalanzas con cautela,
con pisadas pocos certeras
que se tientan en corridas,
para alcanzar al chiquillo incansable
en quien enciendes hoy tu fantasía.
Con don de madre, abuela, reina,
juegas ajedrez con caballos desenfrenados,
y te elevas en torres y vigilas el tablero
con osadía, con desenfado,
sin la mínima estrategia,
porque a esta vida ya le conoces
las piezas blancas y las piezas negras.
—
Me he perdido con vos
Me he perdido con vos
en las arenas movedizas del pasado,
en la tempestad de los recuerdos que llueven
y que cuando se marchan
igual no sale el sol.
¡Maldita sea!
Te siento a la vuelta de la esquina
y no estás para decirte ¡estás conmigo!
(lo sabrás quizás).
Me he perdido con vos
en el futuro imaginado,
cuando soñábamos iguales
y nos hundíamos en grandezas
flameando al viento
nuestra bandera inmortal de fantasías.
Me he perdido con vos,
ibas adelante,
te escondiste, ya no te veo,
y ahora, ¿a quién le pregunto el camino?
Me he perdido con vos
en corcheas, en negras, en blancas,
te has hecho canción
y no me queda remedio
más que cantarte al aire,
escucharte en tarareos,
en silbidos que se apagan.
Me he perdido con vos
en las hambrientas sombras
y gracias, ya no les temo,
pero prendo la luz y no apareces,
por eso me he inventado
una historia cursi y pretenciosa
de que por ahí andas y vendrás a verme.
Me he perdido con vos
en proezas de grandes,
en juegos de niños,
y no importan las fechas,
no importan los libros,
ni las horas, ni la prisa,
ni importa si es lunes o domingo,
porque me he perdido con vos
en el país de tus sueños,
y aunque me despiertes a gritos
con mil trinares y el sol
y me soples tal vez
¡hey, te he ganado!
me he perdido con vos
y muero cada día
en la lóbrega noche de tu naufragio.
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