El síndrome de París

El síndrome de París

Mildred Amaya

07/08/2019

Magdalena corría tan velozmente que sus pasos parecían de gacela, cada 10 segundos miraba hacia atrás para verificar si los hombres de gafas oscuras y chaquetas negras aún la seguían. Hacía sólo 48 horas que había llegado a París y en cuanto se bajó del avión recordó cómo desde siempre había deseado conocer la ciudad Luz. Pero no había sido desde siempre; fue desde aquella tarde en que su padre, un trotamundos cincuentón, la visitó por tercera vez (desde que tenía memoria) por motivo de su cumpleaños número quince y le contó con lujo de detalle porqué se enamoró de París y se quedó viviendo allí. En Magdalena se asentó la idea de que algo especial debía tener aquella ciudad para que su padre prefiriese estar allá y no en casa con su familia. Desde que comenzó a trabajar a los 21 años, Magdalena compró una alcancía en forma de chanchito y empezó a ahorrar con el fin de viajar a París, pero el cerdito se iba vaciando cada vez que surgía una necesidad en casa, ya que para su madre no fue fácil criar dos hijas por su propia cuenta. Pero ahora, a sus 30 años, finalmente había conseguido su anhelo y allí estaba pisando el Charles de Gaulle.

Magdalena logró llegar a un callejón y esconderse detrás de un contenedor de basura, los hombres de gafas pasaron de largo y no la vieron. Entonces Magdalena, a pesar de la sudoración y la taquicardia trató de tranquilizarse y de recordar todo lo sucedido desde que llegó a París, porque aún no entendía qué era lo que esos hombres querían de ella. Dos días antes, al salir del aeropuerto parisino, Magdalena se dirigió al hotel que había reservado semanas atrás, esperaba poder ver casi de inmediato la torre Eiffel, pero lamentablemente su hotel no quedaba cerca de la misma y por ende no la pudo observar. Al llegar al hotel, pudo descansar un rato y comer, su entusiasmo era tanto, que salió esa misma noche a recorrer algunos sitios turísticos.

Al día siguiente pagó por un tour por la ciudad, sintió que todo fue tan rápido que no pudo tomar algunas fotos. Esa noche cuando estaba en el cuarto del hotel, llegó su padre de visita,- Magdalena mi amor, cuánto tiempo sin verte- soltó su padre en un español ininteligible. Pues ya son 10 años papá, respondió Magdalena. Sin reproches cariño, necesito un favor, guárdame estos documentos, son muy importantes para mí, por favor no preguntes nada, cuídalos como si fueran yo mismo, te amo. Y así sin más su padre salió del cuarto del hotel.

El amanecer de un nuevo día le dio a Magdalena ánimos para esta vez salir por sí sola a recorrer su amada París, a pesar de que durante la noche se sintió agitada por la visita de su padre. Cuando estaba haciendo la fila para entrar al Louvre notó algo extraño, unas cuatro personas atrás suyo habían dos hombres de gafas oscuras y chaquetas, le llamó la atención puesto que ella también los notó en la mañana al salir del hotel. La fila parecía interminable, luego de dos horas por fin estaba en la pirámide de cristal e inició el recorrido por la primera planta, quería corroborar que el avistamiento de aquellos hombres era sólo una coincidencia. Empezó a caminar por los grandes pasillos llenos de esculturas del antiguo Egipto, miró por encima de su hombro hacia atrás y los hombres se encontraban a unos metros de ella, se detuvo en un baño un rato y luego salió para dirigirse hacia los corredores con pinturas y ahí estaban aquellas figuras con sus gafas oscuras de nuevo, eso no podía ser una casualidad. Magdalena aceleró el paso buscando una salida, cuando llego a la calle empezó a correr sin saber exactamente porqué, sus acechadores también corrieron. Ahora se encontraba detrás de un contenedor de basura, creyendo que había perdido a aquellos hombres, pero cuando se disponía a correr de nuevo, tropezó con las chaquetas que la estuvieron siguiendo todo el día.

Cuando Magdalena abrió los ojos todo estaba blanco, una gran luz la cegaba y solo podía oír una voz lejana que le decía: Señorita Magdalena soy el doctor Andrade, cómo se siente?- Con la cabeza dándome vueltas, ¿qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? -La han encontrado desmayada en un callejón en el centro, está usted en el hospital St. Patrick, en París.

Los siguientes días Magdalena estuvo hospitalizada, debido a sus continuos episodios de delirios, un psiquiatra la estuvo evaluando y pudo llegar a un dictamen. En su cuarto junto al psiquiatra se encontraba su padre, el doctor empezó a hablar. Magdalena sufre del síndrome de París, este es un trastorno psicológico transitorio que se da en ciertas personas que están por turismo en París y resulta del choque extremo al descubrir que esta ciudad no es lo que esperaban. Por lo que hemos podido conversar, prosiguió el doctor, con usted y con su padre, usted ha idealizado este sitio toda su vida, pero en el fondo también le ha asignado la responsabilidad de que su padre no viviera con usted. Al llegar acá y ver que su padre no fue a recogerla al aeropuerto empezó a sentir una gran desilusión y a medida que fue recorriendo la ciudad fue encontrando que no es tan perfecta como usted creía y aquella noche que su padre fue a visitarla y le mostró el diagnóstico del cáncer que él sufre, esto fue demasiado para usted y detonó síntomas tales como las alucinaciones y el sentimiento de persecución.

El tratamiento del síndrome de París no fue complicado y Magdalena mejoró en pocas semanas, una vez estuvo completamente bien, ella tomó la determinación de quedarse a vivir allí, en la ciudad luz, para cuidar a su padre en sus últimos meses de vida, tiempo que aprovechó para recorrer cada calle, cada museo, cada mercadillo, cada plaza, cada iglesia y hasta cada bar del brazo de su progenitor.

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