Y el agridulce canto de un jilguero
rompe con el silencio del discurso bélico,
que rodea la cajita de chocolates
en la que ella se encuentra.
Perfecta.
Hedionda, pálida, acartonada,
gélida, famélica, hermética.
Perfecta.
Él — muchacho —,
estoico, arcaico, locúrico y mercúrico,
pellizca la mano puntiaguda de ella mientras canta
canción de cuna afónica y horrenda.
Pero al jilguero no le gusta y se espanta.
Y él la mira pero no lo hace.

Y él recuerda con anhelo
la primera vez, cuando se conocieron.
Él tan él,
alma escudada y problema de corazón.
Ella tan ella,
embriaguez de cer(v)eza y corazón de problema.
Vida a base
de palabras cordiales — pero enterradas —,
intenciones como cuevas
(¿secretas, oscuras, peligrosas?)
amistades compartidas y condiciones adversas.
Ella, una diva;
no le agradaba, no le hablaba, no le sonreía.
Él, tímido;
conserva de anécdotas olvidada entre estantes del flirteo
(…)
Entre letra de canción extranjera,
nota periodística
y cartucho de bala,
sellaron con fuerza UN latido, DOS esencias, TRES años maravilla.
Y entre trago y copa,
se les pasó lo que era la vida.

Ella lleva la melena acharcada
como envuelta en alas de ángel.
Sus ojos están CERRADOS CERRADOS cerrados
Abierta la puerta del cementerio.
— ¡Bienvenidos!
La madre los recibe
y es como ella:
soñadora, apasionada, ingenua, serena,
mentirosa, entumecedora, destructora
Muerta.

Y él la mira pero no lo hace

porque sus ojos son dos huecos aceitosos
—como tinta — que empapan
su vestidillo de negro latón.
Y él la acompaña
formidable, impecable, manejable,
destrozable, olvidable, enfermo
¿Muerto?
Y rodean
(junto con otras hormigas conocidas)
el caparazón de obsidiana.
Y él la mira — dentro — pero no lo hace.

Y él recuerda con amargura,
cuando selló con una pintura
un reencuentro intangible
Y ella, impasible,
sensible,
desolada,
lloraba.
FelizTristeEsperanzadaDesilucionada.
Y él esperaba
con la cara revuelta,
a que ella dejara de cabalgar
por las cumbres cruentas del oxímoron
de la soledad y la remembranza.
«¡Bonita
Gritó él con la intención
de que ella dejara besar su cara.
Pero ella temía.
Y ahora él también lloraba.
Se fundieron.
Se encontraron.
ClickClickClickClick
La foto cayó en el suelo de porcelana
como sus sueños recién construidos.

Y pasa
entre secreto mental y lagrima salada,
a su primera noche juntos.
Ella, con sus ojitos bien abiertos
— como tréboles curiosos — ,
y él rogaba que ese momento
no acabara nunca.
Porque no había mayor placer
que verla deslizarse
entre diccionarios sin autor y palabras oxidadas.
Noche de carnes,
noche de jugar a las escondidas,
noche de palabras,
noche de batallas.
SILENCIO SILENCIO silencio.
Fusionados, apelmazados, apalabrados.
Y él la quiere,
¡la quiere!

Y él la mira pero no lo hace
y se olvida de distinguir
el titilante movimiento
de su cuerpo al despertar.
Del roce de sus ligamentos
al tensarse.
Del baile de su lengua
al pronunciar su nombre
aletargado
<<Mateo>>
Como alas de mariposa
en busca de aires nuevos que surcar.
Aires que las rompan,
tan frágiles.
Pero no.
Solo una ilusión real en un mundo de realidades ilusas.
Y él, codicioso, deseando que se despabilase
y lo besara.
Lo sostuviera; como a un niño,
y cantase
esa tétrica canción de cuna.
Pero no.

Y esta vez
la miras.
Y finalmente la ves.

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