La luz del día entra por mi ventana como un torrente de polvo de estrellas, deseo fundirme en esa fiesta de brillantinas, ¡ojalá pudiera! saldría por la ventana con la misma facilidad que vienen a anunciarme un nuevo día.
¿Nuevo? apenas empezó, y ya pesa. Vuelvo a cerrar los ojos en un intento por desaparecer, pero no sirve de nada, los sigo viendo y ellos también a mí.
Me ve Paquito, con esa mirada y esa sonrisa estúpida que me condena al peor de los olvidos, y me ven todos los demás, algunos susurran, otros, a penas levantan la vista del suelo, pero se que me siguen viendo. Sus miradas se me clavan y me dejan el aguijón dentro, y yo no tengo ni fuerzas, ni ganas, ni dignidad para defenderme. Por el contrario, descubro que en esta colmena yo soy el zángano, y como tal, después de copular con la reina, pierdo mis genitales y me dejo morir.
Se que es momento de emprender el camino de vuelta a casa. Pero antes, hago una parada en el bar de Rocky…
El intento fallido de unirme a la fiesta de brillantinas, viene acompañado de un fuerte dolor de cabeza que me anuncia el trágico desenlace: de rodillas, en el suelo del baño, echo por la taza del water los últimos resquicios de dignidad que me quedan, mezclados con bilis y un olor insoportable a vodka viejo.
– ¡Qué de momento pueden prescindir de mí en la empresa!- dice – que no manda él, si no el mercado, y que la oferta y la demanda es así, hoy me sirves, mañana no. – No, no es nada personal, de verdad que no – continúa.
– Por supuesto, ¡faltaría más, don Federico!, lo comprendo – atino a decir –
Y lo comprendería… si no fuera porque los últimos quince años de mi vida he vivido por y para esta empresa, y lo único que me llevo de ella son las miradas y sonrisas estúpidas de Paquito y de todos los demás, a los cuales también aborrezco. Pero eso me lo guardo para mi.
Me levanto del suelo a duras penas, y se me ocurre que darme una ducha es la decisión más cuerda y generosa que tomo en mucho tiempo.
Sigo con una idea fija en la cabeza: quiero volver a casa, a mi casa de verdad, aquella que olía a rosquillas recién hechas y a dulce de membrillo. ¡Queda tan lejos!
Miro en google horarios de autobuses y consigo un billete casi a primera hora de la mañana, no llamo a nadie para comunicarle mi intención de viajar, en realidad, no tengo a quien llamar. Sería absurdo avisar a la tía Antoñeta, la última vez que la vi había olvidado su propio nombre.
En realidad, todo el pueblo se había convertido en montañas de escombros y olvidos. Pero aún así, mi deseo de volver es cada vez más fuerte, una fuerza imperiosa me empuja con urgencia a recorrer sus calles y respirar su aire, a mirar su cielo y a calmar mi sed con el agua de su fuente.
El autobús llega con retraso, me acomodo en mi asiento, al lado de una señora de avanzada edad que se empeña por amenizar el camino con su verborrea. Mi cabeza todavía sufre los estragos de la noche de mi despido, así que me giro descaradamente hacía la ventanilla, en algún momento advertirá mi desinterés y desistirá, si no, tampoco me importa, hace rato que ya no la escucho.
Reconozco de inmediato el olor a pan recién hecho, la señora Palmira sale a saludarme, con su sonrisa de siempre y su delantal arremangado a un costado. Nada parece haber cambiado.
– ¡ Buenos días, Ricardo ! parece que hoy refresca, ya nos llega el invierno.
– ¡ Buenos días Palmira ! pues sí, el aire es fresquito.
Llego al Alto de los Marqueses, desde donde diviso mi casa, al lado de ella, me parece ver una figura que creo reconocer, conforme me voy acercando todo es más nítido, sí, es ella.
-¡ Ven acá bribón! ¡Cuánto te ha costado volver! – y puedo oler las rosquillas recién hechas y el dulce de membrillo mientras me apretuja contra su pecho frondoso e inexpugnable.
Y dime…¿ qué tal te va por la capital? – ¿tan ocupado estás que ni tiempo para avisar?
De repente, no puedo contener las lágrimas – abuela…
– ¡Anda, entra! ¡cuando te vea tu padre no se lo va a creer!
– ¿ Mi padre? pero…¿ él también está en casa? Yo pensaba que quizá….bueno en fin, que a lo mejor no es buena idea.
– ¿Dónde va a estar si no? te encuentro muy raro, Ricardo, además de flacucho. La ciudad no te sienta nada bien.
La casa está tal y como la recordaba, parece que el tiempo se haya detenido todos estos años, él también está igual, se gira al oír la puerta… percibo el brillo de sus ojos y una media sonrisa que no se cómo interpretar.
Me hago el valiente, aunque en realidad estoy temblando, nos fundimos en un fuerte abrazo y no puedo dejar de llorar. – Lo siento, papá ¡lo siento tanto! – alcanzo a decir. Él no dice nada, pero no es necesario, permanecemos abrazados durante mucho tiempo, el suficiente para saber que cada cosa está en su sitio.
Un fuerte golpe en el piso de arriba nos pone en alerta, descubro que no hay piso de arriba, que el golpe proviene de la maleta de mi vecina de asiento que se ha estrellado contra el suelo. Bajo del autobús, confuso y desorientado.
Tras la bofetada de realidad, llego al Alto de los Marqueses, diviso mi casa al fondo, esta vez, vacía, olvidada…pienso que quizá necesita algunos arreglos.
Cierro los ojos, alcanzo a verlos sonreír, mi abuela, mi padre y la señora Palmira, que tampoco ha querido perderse mi vuelta a casa, les sonrío yo también, siento que es allí donde está mi lugar.
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