Llegar a casa. La alegría de Rizos cuando nos ve. Mueve el rabo, me chupa los dedos de los pies, no me gusta que haga eso, pero llevo tanto sin verlo que me hace gracia. Está tan contento, que se ha dado cuatro vueltas corriendo por el patio, a toda velocidad, derrapa al final y vuelte otra vez. Ya sabe que no le hemos abandonado, simplemente venimos de un viaje. El momento de llegar a mi sitio, es especial, tengo esa sensación, cuando proyectas hacer una casa, un lugar donde hacer tu vida, crear una familia, no es tu casa hasta que no la llenas de sentido.

La foto del viaje es un lugar en el Mar Cantábrico, no hay nada que me relaje y me guste más, la marea acercándose hacia mí, el venir del agua, cómo cubre las rocas hasta hacerlas desaparecer. El mar protege a sus rocas, como si fueran sus hijas, las cuida , al igual que yo de los míos, sufre por lo que les pueda ocurrir, si se cortan, si se caen, si lloran, son su responsabilidad. Cobijaré a mis hijos durante un tiempo y después quedarán a la intemperie, como esas rocas, por la noche cubiertas por su madre, por el día despejadas. Ellos están ajenos a mis pensamientos, jugando, buscando cangrejos, el mar se ha retidado, los animales corretean por entre las rocas, se esconden y vuelven a salir, díficil tarea esa de pescarlos con una red. Mis hijos se divierten, los ponen en un cubo de playa, con su arena y agua , cuándo la marea llegue hasta nosotros, cuando esté en pleamar, los sueltan. El mar seguro que se enfada, son sus criaturas, yo me molestaría, no pueden venir y llevarse algo que es tan suyo, ríen, además han cogido también algo parecido a una gamba, igualito al que estaba en el Acuario de Gijón, -lo ves mami , es una quisquilla-. Vuelvo a mirar el mar, que viene y va, aún está lejos. Recuerdo cuándo nacieron mis hijos, hace doce años el mayor y siete el pequeño, aún puedo disfrutar de su inocencia, todavía juegan. El mar con el paso de las horas va avanzando hacia mí y tapará las rocas para protegerlas, por la mañana las tendrá otra vez visibles, esa sensación de proteción y de liberación es la que me invade, pronto Adrián, el mayor, se quedará a la intemperie, y querrá disfrutar de su autonomía, no se da cuenta que nunca será más libre que ahora. Gonzalo aun está pegado a mí, como los mejillones a las rocas. Tengo que disfrutar de ellos, de sus ojos llenos de vida e inocencia, de sus brazos aleteando, de sus caricias y de sus besos. Es muy injusto el paso del tiempo, es injusta la madurez, es injusto irse de alguien. No recuerdo cuando me fui de mis padres, aunque no te vas de alguien del todo, te alejas un poco, despues vuelves, y es como si nunca te hubieses ido, ¿cómo se va a ir el mar? ¿cómo va a dejar a sus cangrejos y quisquillas?. -¡Déjanos bañarnos mami!¡ vamos a coger las olas!. Salen corriendo, no los puedo pillar, el agua está helada, cuando me doy cuenta ya están muy lejos, el mar los ha cogido, los está cuidando, les hace reír, los sube y los baja, los arrastra hacia la orilla, así es el mundo que les espera, solo deseo que les vaya bien, muy bien, que entren y sepan salir, que experimenten , que sepan decidir, decir no, ese sería el verdadero éxito. Ahora se incorpora su padre, que ha estado haciendo un hoyo en la arena, donde cabemos los cuatro, me encantaría ser como él, leal, honesto, paciente, curioso, original, mi hijo se ríe cuando le digo que su padre es el niño de la playa. Todo gira en torno a nosotros, nosotros somos los cuatro, nadie más, una fuerte unión y lazo, que no se puede romper, ese es el sentido, no hay lujos que puedan con esos lazos, nada material podría comprar algo así. Poder planificar un viaje para estar juntos, ese es el sentido, pienso mucho en la soledad que me produciría perderlos, nadie es imprescindible, pero estar sin ellos sería supervivencia. Tener tu espacio, y dejar que entren en él, ese también es el sentido.

Inmortalizaría ese momento. Esas risas. Ese mar. Esas rocas. Mis hijos. Esa es la foto.

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