Una ayuda, una ayuda, una ayuda silbando en mi cabeza. Una ayuda, una ayuda, una ayuda, saliendo de mis labios. Una ayuda, una ayuda, una ayuda, el olor de la descomposición, cigarrillos, orina, muletas en la oscuridad, frío. El eterno caminar de un lado a otro, de un lado a nada, de nada a nada, mañana y tarde. Frío y calor, calor y frío, frío de camino, calor de camino. Intermitencias─intermitencias, de sonidos, de clack-clack-clacks, de shiiirruumm-shiiirruuuumms. Miradas de desprecio, miradas de piedad, puntapies en el abdomen, saliva, cruces y ‘por dioses’. El clack-clack es frío, frío y oscuro. El shiiirruumm-shiiirruuuumm es caliente, caliente y húmedo. De noche, prefiero el shirruuum-shiirruumm, aunque hace tiempo que me da lo mismo. Luces, luces que cambian: amarillo-verde: caldo de algún tipo; luces blancas: la antesala clínica, morgues. Una ayuda, una ayuda, una ayuda; ¿hace cuánto que recorro estas calles? Calles conocidas, calles desconocidas, calles que antes eran desconocidas y que ahora se conocen, se conocen por un yo que no es el mismo que antes, esto es, el que las desconocía. Un yo que es intermitente, intermitente en un viaje sinsentido, de un viaje de regreso, o más bien, en un viaje que es ida y que es regreso, en un viaje que es noche y es mañana, en un viaje que al igual que yo es intermitente, intermitente entre la mañana que no es mañana, del amanecer oscuro, del ensueño en medio caminar, entre clack-clacks y shirums-shirums. En ires y venires, cuando soy nada, porque no hay un punto de referencia que me distinga, esto es, cuando estoy en un transitar, entre lugares, en ningún lugar, al menos no en un lugar ‘específico’. Inevitablemente, siempre, quizá con el afán de enloquecerme prematuramente, quizá para darme cuenta de que enloquecí hace tiempo, pienso en las mujeres de mi vida, en las que fueron mías y en las que no, en las de ojos miel —sobre todo— y en las de ojos negros. En las que hablaban agitando las manos, esas delicadas manos, con dedos como alfileres blancos, atravesando el aire, cortando las ideas, los sueños. En las que se exaltaban, en las que contemplaban, en las que miraban con tierna sabiduría, en las orgullosas, en las terribles. En las noches que me dieron, los silencios que robaron. Atrapado entre ensueños, ahora, estoy en un lugar ‘específico’; esto es: distinguible. Distinguible del resto, la música es suave, el aire cálido y el dulce olor de la naranja me embriaga. Todos mis delirios llevan a ese lugar, todos me llevan a ella, a las noches en la playa a su lado, pensando que éramos dueños del mundo, las luces como estrellas y el mar, siniestro, lúgubre testigo de nuestro amor. Me distingo, me ‘defino’, me defino por ella y a través de ella: entre los clack-clacks, sólo escucho su voz; entre las luces, sólo veo sus ojos; entre las intermitencias, es la única constante; entre todas las idas, el único regreso. La razón y causa de mi constante peregrinaje, de mi exilio voluntario, de mi eterno viaje fuera de mí mismo.

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